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?Ahora, sin las pateras, estamos de vacaciones?

Isidoro Macías, el 'Padre Patera', habla para EL FARO de su nuevo libro y del reciente cierre de la casa de acogida de ancianos

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  • Isidoro Macías, 'Padre Patera' -
La reciente publicación de un libro con sus memorias ha devuelto a la actualidad el trabajo que Isidoro Macías, conocido popularmente como Padre Pateras, ha desarrollado en las últimas décadas por los más necesitados. La obra, escrita por Susana Herrera, y titulada Padre Patera. Un corazón sin fronteras, será presentada próximamente en Algeciras.

—Un nuevo libro con sus memorias...
—Ha sido una cosa muy buena, porque quién iba a decir que iban a escribir un libro sobre mí. Ya habían escrito otros, pero diferentes. Porque el otro libro que escribieron fue una historia basada en lo que pasaron esas mujeres que vienen en patera, unas embarazadas, otras con niños... Este es totalmente diferente. Este es un poquitín cómo empecé yo, con el hermano Isidoro fundador, que ya falleció. Empiezas a leer el libro y cada hoja que pasas quieres más.
—¿Cómo surgió el nuevo libro?
—Pues mira, por aquí vino una editorial de Alcalá La Real. Vino el director, que es médico, y me visitaron hace por lo menos tres años. Era cuando estaba la masificación de que venía tantísima gente.
—¿Cómo es el día a día del Padre Patera?
—Pues como el suyo. Usted, como reportero, tiene que estar al loro, y donde esté la noticia, allí estar usted. Pues así fueron los días nuestros en el año 1999, 2000, 2001, 2002. Aquí mismo, en esta misma sala, muchas veces me han traído las fuerzas de seguridad a estas mismas mujeres. Porque no tenían nada. Y si venían 150 o 300 que vinieron una vez, entre ellas mujeres embarazadas, las fuerzas de seguridad tienen su corazón. Yo les defiendo, no porque me hayan hecho el bien a mí, sino porque le han hecho el bien a estas mujeres, y a los niños, que sólo tenían el pañal, había que bañarlos, había que darles de comer; la que venía embarazada, de cuántos meses, muchas veces ni ellas mismas lo sabían… Tienen su corazoncito. Y ahí empezó la cosa nuestra.
—¿Por qué una orden franciscana comenzó a ayudar a los inmigrantes?
—Bueno. La misión nuestra de los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca es recoger a toda personas que no tenga nada. Nosotros estábamos haciendo una labor con los abuelos. Las mismas fuerzas de seguridad, cuántas veces nos han llamado que había un abuelo muerto de frío y no se quería montar en el coche-patrulla, y entonces me tenía que levantar yo y recogerlo. Se les puede preguntar a los policías antiguos, que llevan ya 25 años, y que eran jóvenes también. Me acuerdo que llamé una noche que teníamos un abuelo que estaba mal y nos lo encontramos en el servicio una noche casi muerto. Se llamó a la Policía Local, vinieron y nos dijeron que no estaba muerto, que respiraba todavía. Les dije que llamaran a una ambulancia, que les harían más caso que a mi, y eso se les quedó a ellos grabado. Porque es una misión humanitaria, desde el cariño, desde el amor. Y ahí nació la convivencia con las fuerzas de seguridad. Y ahí nació la cosa nuestra de atender a todos los que no tuvieran nada. Y ¿sabe lo que yo les daba cuando me los traían las fuerzas de seguridad? Pues les daba un vaso de vino. No es que yo fuera mejor que nadie, es que para eso se abrió la casa en el año 1972, que había muchos pobres también. Cuántas veces han tenido que dejar aquí a las mujeres embarazas y decirles yo que si habían ido al hospital, y contestarme que no tenían tiempo, que tenían mucho trabajo, y que habían pensado en mí. Y yo lo primero que tenía que hacer es que se ducharan, que comieran y llevarlas al Punta Europa. Yo no sabía inglés, y muchos médicos tampoco. Hoy en día sí, están más preparados. Pero aquello nos cogió a toda la gente que no sabíamos cómo actuar. Yo, gracias a un croata que tenía, que sabía inglés.
—Aquellos principios con las pateras supusieron un cambio respecto a la labor que veníais realizando...
—Un cambio radical, radical. Porque no es lo mismo coger a personas tuyas, de la misma nacionalidad, que, aunque tú no los conocieras, el habla es todo. A, de la noche a la mañana, traerte aquí a las tres de la mañana a cuatro mujeres, una embarazada y otra con el niño… Qué haces tú. Es que cambió radicalmente todo.
—¿Han vivido situaciones trágicas?
—Muy trágicas, muy trágicas. Una de las mujeres nació el niño en la casa. Y eso fue, que yo no veo a un niño recién nacido así me den millones. Porque estuve dos noches sin dormir, nada más que pensando en el niño, que estaba la madre con el cordón umbilical enganchado al niño. Y, gracias a Dios, hoy la niña tendrá unos diez años, y está hermosísima. Pero sí. Situaciones muy trágicas. Las primeras, como me veían con el hábito, me decían “el papa, el papa”. Y también fue curioso que todas eran católicas. Yo les dije al croata que les dijera que si son católicas comen, y si no son católicas comen también. A mi qué más me daba que fueran católicas o no. Y que no me nombren más “catoli”, que son personas de carne y hueso como yo, y que yo las tengo que atender sean o no sean. La misión mía no es que aquel que sea católico yo les tengo que atender mejor que otros.
—Pero antes de las pateras ya tenían mucho trabajo en la zona, ¿no?
—Antiguamente, cuando venía la Operación Paso del Estrecho, me acuerdo yo cuando hubo una manifestación que no salían los barcos con el levante, a nosotros nos venía muchísima gente. Lo que pasa es que se ha quedado sin reconocimiento. Sí me lo reconoció mucho la Cruz Roja, porque ese año le habíamos ayudado muchísimo. Por ejemplo, vino un padre aquí con dos niños deficientes, y no dejaban pasar a nadie. Tenia que quedarse en las colas tan grandísimas, que muchas veces tenían que irse a Tarifa o a Los Barrios. Y me dijo que si le podía dar un papel para que pasaran, que sus hijos no podían estar allí. Y yo les di un papel, en el que simplemente ponía: “por favor, dejen pasar a este hombre. Soy el hermano Isidoro de la Cruz Blanca, que ha estado con nosotros”. E hizo efecto aquello. Porque yo creo que la Guardia Civil tiene su corazoncito, y como yo les ayudo mucho a ellos, pues es recíproco. Cuando le dieron la medalla a la Policía Nacional, vino el que hoy es subdirector. Y yo fui, y al salir del Ayuntamiento, veo que se va para un policía, y ese policía había estado aquí de comisario, y me dijo “padre, muchas gracias, porque cuánto nos ha ayudado usted, cuando yo estuve aquí de comisario”. Hay que hacer las cosas sin esperar nada a cambio, pero qué bonitas son estas cosas.
—Pero hay mucho desconocimiento de esa labor anterior...
—Sí. A mi me duele muchas veces eso. Que la gente diga el Padre Patera, el de la inmigración. No. Yo estuve con españoles, en Tánger, que no podían venir aquí. Y esto no lo dice ningún reportero. Y estuve muchos años allí cuidando a esta gente que no podían venir aquí. Con muchísima pena, a 14 kilómetros en línea recta. Me acuerdo que se ponían en el boulevard Pasteur, que hay una vista muy bonita, y ellos decían “España, España”. Y murieron, y no pudieron venir a España. Yo no te digo que esto de la inmigración no sea pena, pero de los tuyos, que estén allí y no puedan venir. Y eso no sale. Nosotros los recogíamos de la calle. Muchos de ellos estaban en una buhardilla, pero los propios musulmanes les daban de comer. Te estoy hablando de 1969. Y murieron muchos con nosotros. Después ya cogimos más españoles, portugueses, y de otros… Y no se le ha dado difusión a eso.
—¿Le molesta que le digan Padre Patera?
—No. Además, me lo puso un colega suyo. No me molesta. Eso sí. No soy sacerdote. No tengo el don ese, tengo el otro don, de asistir a los que no tienen nada, y darles cariño, amor.
—La revista Time dice que es usted un héroe europeo...
—Pues mira, y yo ni siquiera conocía esa revista. Cuando vino la corresponsal de la revista en España, empezó a preguntar y a preguntar, y me pedía las fotografías… Ella vino aquí, yo sin saber para qué era, y mira por donde fui igual que Zidane y Beckham, que también les dieron la misma placa.
—Sin embargo, se la ha resistido el Príncipe de Asturias...
—Eso ya fue una historia. Ahora sí me han pedido desde una plataforma la Medalla de Andalucía. Ya le han escrito al presidente de la Junta, a unos cuantos consejeros. Hoy precisamente, me llamaron diciendo que habían llamado a Gobernación y les dijeron que estas estudiando los casos. Pero yo tengo que seguir haciendo lo que hago. Pero esos reconocimientos te dan impulso, y más si es andaluz.
—¿Qué opina de los CIE?
—Yo creo que no tendrían que existir. Pero, hay unas leyes. Usted no puede entrar en España sin documentación. Yo he dicho siempre que tienen que venir con sus papeles, y con sus contratos de trabajo. Y eso lo digo desde el año 89. Lo de después fue porque vino una masificación, pero nosotros llevamos recogiendo inmigrantes desde 1989.
—Ahora la llegada de inmigrantes no es la misma que aquella...
—Ahora no viene nadie. Ahora estamos nosotros de vacaciones. Ahora estamos igual que antes. Ahora suelen venir las que están por aquí, que tienen un niño... Porque ahora las recoge la Cruz Roja, pero luego vienen siempre corriendo aquí. Y, ahora no tengo camas. Pero eso pasó a la historia. Fue una historia muy bonita, porque da mucha alegría, ayudar a niños chiquititos, de dos meses. Vino uno muy chico, que era epiléptico y ciego. Cuando le dio un ataque una noche, la madre lloraba que se daba contra la pared, y sin saber de qué era, porque ella no lo sabía. Tuvimos que coger la furgoneta vieja que tenía yo y llevarlo al hospital, y allí le diagnosticaron epilepsia. Hoy día, al niño le he visto yo al cabo de cuatro años y pico y está grandísimo, con los ojos grandes, va al colegio, ya no le dan ataques…
—¿Se le ha muerto alguien en los brazos?
—No. A punto, casi, casi. Porque ha habido veces que han venido niños muy mal, muy mal. Gracias a que Dios siempre pone la mano para que, al llegar aquí, se curen. Pero las hemos pasado muy putas. Pero esas cosas pasan.
—¿Ha vuelto a tener trato con los inmigrantes que ayudó?
—Sí. Y me alegra mucho. Y no quiero recompensa. Pero, a lo mejor, a las dos de la madrugada me llama uno y me dice “papa, cómo estás”. Pregunto quién es, y me dicen un nombre raro, que yo no me quedo con ellos. Y luego me dice que es quien dormía en tal habitación con tal y tal. Y que tiene una niña, que ya está muy grande. Y le digo “dale un besito a la niña”, y entonces le pone el teléfono móvil para que me de un beso. Y eso, yo no soy padre, pero tú… Han nacido muchos niños en esta casa. Más de 200.
—¿Están notando el aumento de personas necesitadas por la crisis?
—Nosotros lo estamos viviendo, porque vienen muchísimos aquí para que les demos un poquito de arroz, de harina, de pollo o de lo que sea. Tenemos que ayudar en lo que sea, porque hay gente que pasa necesidades. Nosotros le damos a más de 30 personas. La pena que me da es que hay gente que me ha ayudado a mi, y ahora no tiene nada que llevarse a la boca, y le da vergüenza pedir. Son pobres avergonzados. Y yo les digo. Mira, que cuando yo no tenía nada tú me ayudaste. Y ahora tengo yo la obligación de ayudarte a ti. Yo les digo que vayan a Asuntos Sociales, que son los que tienen la obligación, y si no les dan nada, pues nosotros le damos algo.

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