Siempre que llega la Feria, se me viene a la mente algo que dijo mi profesor de Filosofía de primero de Bachillerato de El Pilar —el gran Juanlu Escalante— durante una de sus clases.
En ella, establecía una analogía entre esta celebración y el teatro para concluir sentenciando que
nada de lo que en ella ocurre es real.
Y no le falta parte de razón, pues desde que se alza el telón luminoso del alumbrado,
numerosos elementos confluyen para poner en marcha este arte y dejarnos preguntándonos si somos público o actores.
Las casetas, los trajes, los caballos y demás son la puesta en escena donde
se representa esta fantasía colectiva, una experiencia estética en la que cada uno desempeña su rol.
Jinetes, bailaores, anfitriones, músicos y una variopinta fauna de personajes…, muchos personajes que bien podrían ser partícipes de lo que, aparentemente, luce como una comedia, pero que en ocasiones acaba en tragedia.
Y si no, que se lo digan a aquellos que emulan a los integrantes de los antiguos rituales dionisíacos —donde se originó el teatro—, esos que abandonan el yo racional para entrar en un estado distinto, más instintivo y emocionalmente intenso (no necesariamente en el buen sentido de la palabra).
Asimismo,
podemos hablar de ese guion no escrito por el cual no pocos se arrogan el papel de protagonistas: desde el que se cree terrateniente hasta el ‘tártaro’ que aprovecha la ausencia de control antidopaje a fin de desinhibirse e imaginarse como el Ilia Topuria del Real.
Sin contar con
el intérprete de los intérpretes: el ‘influencer’. Aquel que bien podría estar aburriéndose como una ostra, pero que, en el momento de figurar, mete morritos, se yergue y desfila cual Georgina saliendo de su avión privado.
Dicho lo cual,
me habría encantado ver a Chaplin en el Hontoria. Él decía que “la vida es una obra de teatro que no permite ensayos”, al mismo tiempo que animaba a cantar, reír, bailar, llorar y vivir intensamente cada momento antes de que “el telón baje y la obra termine sin aplausos”.
Interesante y extrapolable reflexión, ya que si cambiamos el vocablo 'vida' por 'Feria', obtendremos una llamada a disfrutar de tal modo que nuestra espontaneidad indique a los ‘guiris’ y a los madrileños del segundo fin de semana que, efectivamente, nos hemos tomado en serio eso del Método Stanislavski.
Y ya que estamos, apostillo,
Charlot: que la función concluya sin ovación, pero no sin palmas. Por bulerías, naturalmente.