El tiempo en: Jaén

Notas de un lector

Aún después de siempre

El yo lírico de Antonio Méndez Rubio confirma un viaje a través de lugares donde humea la esperanza, el miedo, el amor, la aceptación, la desobediencia…

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El pasado estío, daba cuenta desde este mismo espacio, del penúltimo poemario de Antonio Méndez Rubio (1957), “Click (seguido de excepto)”. En él, el autor pacense orillaba su verbo en una otredad capaz de construir un mensaje en cuya raíz el azar fuese apertura, hueco por el cual asomara toda la incertidumbre, todo el asombro. Además, desplegaba con intensidad las tensiones que se advertían en las texturas de unos poemas exigentesen su fuerza expresiva, en la totalidad de su estética abarcadora.

Ahora, en “Peor que pedir” (Pre-Textos. Valencia, 2025), el yo lírico confirma un viaje a través de lugares y espacios donde humea la esperanza, el miedo, el amor, la aceptación, la desobediencia…

Dividido el volumen en tres estaciones del alma, No por nada, No por ahorayNo del todo, se adivina un trio de negaciones que no cierran puertas, sino que las dejan entreabiertas. La palabra se torna golpe seco contra la desmemoria. La duda va adueñándose, poco a poco, de la voz del poeta y los versos inquieren de manera plural y cómplice: “¿Has visto las calles / cambiar de nombre hasta desvanecerse/ sin nosotros?”.

Cada pregunta arde como una cicatriz y el lenguaje es un espejo roto: cada fragmento devuelve una versión distinta de lo que fue. Quizá sea el tiempo suspendido, el pulso de algo que no terminó de morir ni de nacer. Los versos caminan descalzos por pasillos de humo, tanteando paredes invisibles, susurrando una promesa que no llega, que se pronuncia con la boca llena de silencio. Es un mientras tanto lleno de grietas, donde la incertidumbre se disfraza de contradicción para no quebrarse del todo: “Siento una quietud/ que se parece a un trato./ Lucir las brasas solas./ Su esfuerzo por seguir/ condenadas a nada/ no ayuda a que se reconozca/ su valor. Allá arriba/ ni cielo. La culpa/ la tienen las estrellas./ Yo sé lo que es rezar”.

La voz de Antonio Mendez Rubio trata de sostener lo cotidiano entre sus manos, de avivar la conciencia sin renunciar a la ternura: “¿En serio es imposible / ver ángeles en la mano / de alguien que sostiene el aire?”. Y, de nuevo, tras ese interrogante no se busca la exactitud de una respuesta, sino abrir una rendija en lo real. ¿Y si la fe no fuera certeza, sino acto poético? ¿Y si lo divino no cayera del cielo, sino de un gesto humano que nadie mira? Al cabo, su verbo se vuelve un rito para encontrar belleza incluso en lo que se deshace: “Ten./ Es niebla de la que no se ve/ por si tuvieras que decir algo,/ visto que aún no atardece,/ sobre el jilguero/ caído pero no con el oído/ más puesto que nunca hasta ahora/ en el azar. Sabes que con sentir/ alzarse su abstracción y tú con ella,/ me vale”.

Es este, en suma, un poemario que no ofrece consuelo. Tampoco lo niega. No clama, no suplica, no denuncia. Es un recorrido entre antiguos senderos donde, de pronto, algo tiembla, algo respira, algo todavía quiere ser nombrado. Y eso, a veces, es más que suficiente, porque nos recuerda que, tal vez, el mayor gesto de resistencia sea seguir sintiendo: “Que no haya más testigos:/ mientras bailemos juntos/ hay un dolor que no/ tiene por qué durar/ porque sí, por la piel,/ hasta aún después/ de siempre”.

 

 

 

 

 

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