Los recortes de D. Mariano y el personal que anda justito de calderilla, han posibilitado que el menú ofrecido por este año la empresa de Jerez, sólo haya dado para un cóctel cortito con bonificaciones en abonos y entradas sueltas, aún así ha sido elaborado con buenos ingredientes y bien distribuidos en tres días.
De entrada Bohórquez Escribano, sirvió para la cita una cuidada ración de frutos de Fuente Rey. De la degustación hay que destacar los servidos en primer, segundo y quinto lugares. Bohórquez Domecq nos hizo saborear un sorbete completo en todos los tercios, bien valorado por las gentes, tanto que lo sacaron a hombros junto a Diego Ventura, que dejó un regusto tan intenso a fruta acaramelada para paladares exigentes. Armó el alboroto y se escucharon palmas por bulerías. Atraviesa un momento dulce de su carrera. Del joven Manuel Manzanares sólo se pudo saborear su buena monta, combinado con unos inspirados toques de menta-limón, demostrando que pude ir a más.
Al día siguiente la degustación fue otra, con mucha leche merengada. El mayor de la dinastía de los Manzanares, se salvó en su primera aparición. José Mari, buen chef, elegante y sobrio, preparó un plato exquisito a base de trufas salteadas con milhojas, turrón de la tierra, piña tropical y otras delicatessen. Triunfó a lo grande, porque todo lo hizo con su estilo inconfundible. Escuchó también las palmas por bulerías. La gente se los llevó en volandas.
El timbal de frutas variadas con mucha “graná”, tuvo mucho mérito a cargo de El Fandi, que cuidó que el merengue de Juan Pedro no le quitará el sabor. Se entregó en su papel alborotando a la parroquia, con sus portentosas facultades al colocar sabrosas banderillas con guindas. El maestro Morante, ofreció unos lances con un intenso aroma especial de La Puebla y esencias naturales. Luego la merengada de J.P. no colaboró. Se impuso y sometió gallardamente a su segundo, pero el compuesto tuvo un sabor agridulce y además salió con guasa, que no de “guasón”, con malage y malas intenciones, dispuesto amargar la Fiesta. No hubo ni magia ni embrujo en el cóctel
En la tercera jornada, ocurrió como las bodas de Caná, que nos cuenta la historia sagrada: El mejor vino llegó al final, con los tres maestros a hombros que se las manejaron para aprovechar el buen bouquet de algunos de Cuvillo, otrora buen vino de los Puertos apetecible para la buena mesa, aunque se sirvieron con ciertas dosis de merengue. Juan José Padilla, valiente, pleno de facultades, oficio y capacidad resolutivas en trances conflictivos. Ofreció lo mejor de sus productos, puertas gayolas, banderillas, quiebros y el plato fuerte donde la espada y muleta ayuda a digerir una tarta de chocolate con unos sorbos de Pedro Ximénez. Está que se sale.
La versión del maestro Enrique Ponce, realizada con frutas madura y fresas del tiempo, resultó grata en calidad. En su otro turno, de nuevo el dichoso merengue esta vez de Cuvillo hizo su aparición. El presidente de la mesa se puso generoso y sacó el pañuelo a lo mejor para aliviarse del calentamiento de la feria. Cosas que pasan. No obstante lo sacaron a hombros.
Llego Talavante y puso la guinda al rico pastel. Se empleó con pasión y templanza, dejando su personal apunte del libro del arte de torear. Ligó faenas sin moverse. En estos momentos Alejandro El Grande está para comerse no sólo seis victorinos, sino toda la camada entera si preciso fuera. Con todo merecimiento ha entrado en la capital del vino.
Jerez
Cóctel de esencias naturales para un abono
Padilla, Ponce y Talavante abrieron la puerta grande en la última de abono de la Feria del Caballo
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