La jubilación y las restricciones obligadas y asumidas por mor de esta pandemia, que ojalá y pronto solo sea un mal recuerdo, me han dado la oportunidad de prestar algo más de atención a la televisión, que en plena actividad tenía prácticamente olvidada si exceptuamos los telediarios y partidos de fútbol. Y moviendo el mando de un sitio a otro en busca de una cadena que ofreciese algo que llamase mi atención me topé con mi querida 7TV y con la serie de Bonanza que me metió de inmediato en el túnel de tiempo y ví pasar aquellas imágenes sentado en una silla del salón de Carmen, que era la única que tenía tele por aquellos años 60 en la casa vecinal, para ver las andanzas que se vivían en La Ponderosa, el rancho de esa familia adinerada y bonachona que eran los Cartwright.
Aquella tele en blanco y negro, a la que El Maestro,así apodado por ser el dueño de una carpintería en la propia calle Fontana, le colocaba un papel azul en la pantalla para que pareciese que era de color. Eran tardes de ilusiones infantiles que,por esta época, adivinaban ya la compra del pavo para engordarlo en la cocina antes de dar buena cuenta de él en la Nochebuena, los villancicos, los polvorones matinales que se repartía el vecindario junto a una copita de anís, la opción de que te tocase la lotería el día 22 e, incluso, las tribulaciones de tus padres para que el día 5 de enero los Reyes, Baltasar en este caso, llegasen puntuales a la cita, aunque fuese comprando un futbolín a las 12 de la noche de ese mismo día en Casa Hurtado, en calle Arcos.
Eran tiempos cortos de dinero, pero amplios de sueños, como aquellos que compartíamos con Rogelio pensando en qué seríamos de mayores mientras pasábamos las tardes dándole patadas a un balón con portería en el portal de litografía Jerez Industrial o bien corriendo delante de la Policía Municipal al que algún vecino llamaba porque le molestaba nuestros pelotazos. Tiempos que no volverán y que me han venido al recuerdo por esos cuatro caballos de la añeja familia del lejano Oeste y por la cercanía de una Navidad que posiblemente sea diferente a la de otros años pero que es la misma de siempre porque rememora el nacimiento del Niño Dios. Lo demás son las celebraciones mundanas de esta sociedad consumista que nos ha enganchado a su rueda como nosotros nos engachábamos a los coches de caballo.