Tengo un amigo, un hermano, Jesús, que un día, por las razones que solo él sabe, se puso el mundo por montera, habló con su mujer, Hetepheres, y decidió poner un punto y aparte en su trabajo de funcionario o en su amplia tarea social y cultural, sellar con un punto y final algunas de sus propiedades y marcharse a su particular atalaya, primero en una de transición y luego la definitiva, sita en el pueblo más alto y también más pequeño y menos poblado de la provincia. Villaluenga del Rosario le recibió con los brazos abiertos y él se abrió en canal a los doscientos y pocos habitantes diarios, a sus innegables atractivos patrimoniales, a su silencio sepulcral solo roto por el balido de una cabra, por el piar de los pajarillos, por el ladrido de un perro apostado en medio de la calle o donde le de la real gana, por el miau de un gato o quizá por el adiós presuroso de un vecino al que te encuentras, casi de sorpresa, por una de sus serpenteantes calles o, al mediodía, por el griterío de los pocos más de treinta chiquillos que toman clase en el colegio y que tienen la plaza como zona de recreo, amén del sonar de las campanas del templo donde cada día Rodríguez Arias tiene una cita con la Hora de Dios.
Su arsenal sentimental es su mujer, sus recuerdos de la Isla de su infancia y adolescencia, su trabajo, su trayectoria como Caballero Hospitalario a cuya Orden pertenece, su actividad cofrade, su familia, esos amigos con los que alguna vez se encuentra allá en La Posada, en el Casino o en el Museo Taurino, algunos compañeros de su labor profesional en la Corporación Municipal de San Fernando y sobre todo las cientos, miles de fotos de sus tertulias, sus conferencias, sus pregones, su presencia en actos castrenses, vinculados muy mucho a la Guardia Civil, y sus amigos de las redes sociales que lo encuentran en Sed Valientes, 100 por 100 Villaluenga, que es el mejor altavoz que puede tener ese entrañable rincón, y ahora con Sueña Villaluenga, sus escritos diarios y su columna semanal en San Fernando Información.Se maravilla cuando desayuna el pan del pueblo con café o toma esa copa del aperitivo divisando el impresionante Caillo o los sumideros de los Navazos o de ese momento brandy y puro que tan famoso ha hecho o de sus paseos con Fernanda y Enriqueta, sus perras, o el gatorro Gatufino, mientras admira lo que ya ha dado por llamar la pureza de lo auténtico, esa autenticidad que solo podemos encontrar en sitios como donde este repoblador, ojo Canal Sur, ha tenido la valentía de hacer su nueva vida junto a su amada esposa, jerezana de nacimiento y convicción, dejando de lado todo aquello que para muchos de nosotros es tan tremendamente importante.