Si usted ha sentido alguna vez el impulso de buscar consuelo en una mirada serena, si le conmueven las historias en las que la fe se entrelaza con la memoria de un pueblo, encontrará en Consolación de Utrera. Historia de una antigua y universal devoción una lectura especialmente significativa. Su autor, Eduardo González de la Peña, nos entrega una obra profundamente documentada, pero escrita con el corazón, donde el rigor histórico convive con la emoción sincera.
Este libro recorre más de cinco siglos de historia de la devoción a la Virgen de Consolación, patrona de Utrera, desde su humilde llegada en el año 1507 hasta sus manifestaciones más recientes, como su participación en la procesión magna celebrada en Sevilla en 2024. No es un relato frío ni distante: el autor ha formado parte de esta historia, la ha vivido desde dentro y la conoce con una cercanía que se percibe en cada página.
A lo largo del volumen se abordan los episodios clave de esta devoción: el milagro de la lámpara de aceite, la construcción del santuario, la efervescencia de la romería -que llegó a congregar a decenas de miles de personas-, la relación con América y las innumerables ofrendas llegadas desde las Indias. También hay lugar para los sucesos históricos, las guerras, las epidemias, la exclaustración, sin que ello haga decaer nunca el hilo de fondo: la fidelidad del pueblo utrerano a su Virgen.
El autor describe con detalle las joyas del ajuar, las intervenciones artísticas, los momentos clave del siglo XX y XXI -como el Año Jubilar de 2014 o la coronación canónica-, y lo hace sin alardes, pero con conocimiento y devoción. Hay pasajes especialmente emotivos, como el dedicado a su madre, camarera de la Virgen durante décadas, que dan al libro una hondura personal poco frecuente en obras de este tipo.
Lo más valioso, sin embargo, no está solo en los datos que recoge, sino en el tono. Usted sentirá que no está leyendo solo la historia de una imagen, sino el testimonio de un amor arraigado en generaciones. Y comprenderá por qué Consolación es mucho más que una advocación mariana: es una seña de identidad, una presencia viva en la conciencia colectiva de Utrera.
