Sevilla fue durante siglos un auténtico centro de atracción para artistas de toda la península. Así lo explicó el profesor Andrés Luque Teruel en el último programa de La Pasión, donde abordó la llegada a la ciudad de figuras fundamentales como Juan Martínez Montañés o Francisco de Ocampo.
Ambos escultores, explicó Luque, llegaron siendo muy jóvenes. En el caso de Montañés, lo hizo siendo aún un niño, y con 18 años ya pasaba su examen de maestro escultor. Esto indica que su etapa de aprendizaje la desarrolló en Sevilla, una ciudad que en aquella época era el epicentro del arte y la devoción en el sur de Europa.
«Sevilla era el equivalente a lo que fue París a principios del siglo XX o Nueva York a finales del siglo XX», afirmó el historiador, destacando que la ciudad ofrecía un mercado doble: para Andalucía y Extremadura, pero también para América, lo que multiplicaba las oportunidades para los artistas.
Además de las razones profesionales, la red de vínculos familiares fue clave en esta migración de talentos. Así ocurrió con Juan Bautista Vázquez, el Joven, que se crió en Sevilla gracias a su padre, o con el propio Montañés, que llegó de la mano de Miguel de Adán y su tío Juan de Oviedo.
Sevilla, concluyó Luque, no solo ofrecía trabajo, sino también una comunidad artística y gremial en expansión que fue esencial para consolidar el arte sacro de los siglos XVI y XVII.