Beban café con leche

Publicado: 02/05/2025
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Viva Sevilla

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Rafael Belmonte Gómez, diputado por Sevilla en el Congreso de los Diputados, nos habla de la necesidad de poner la moderación de moda otra vez
Todo conduce hoy a la polarización. Sólo lo extremo parece conferir prestigio. Moderado ha dejado de ser un elogio para convertirse en un insulto. Y en diminutivo, doble insulto. A los moderaditos, como este que firma, se nos compara con el café con leche. A mucha honra, oigan. La mayoría de la población bebe café con leche. La gente común tiene ideas moderadas. Lo que necesitamos es más café con leche y menos ideas radicales. Nunca lo excesivo condujo a nada bueno.

 

Tenemos que poner la moderación de moda otra vez. Si las generaciones que nos precedieron en nuestro país valoraban la templanza, es porque sufrieron la radicalidad. Las revoluciones destempladas sólo han traído desgracias. Había un gran pensador liberal (Isaiah Berlín) que decía: el problema de las revoluciones es que te dicen que, para hacer la tortilla, tienes que romper los huevos, y a la postre lo que pasa es que te quedas sin tortilla y sin huevos. Los paraísos proyectados por los radicales se convierten en infiernos en la vida real.

 

El camino de la reforma es mucho más seguro y más fiable. No se trata de arrasar con nada, sino de mejorar lo que hay. El reformismo es la suma de tradición e innovación. Honramos el legado que recibimos, pero con ambición de mejora. La reforma es, a la política, lo que el “partido a partido” al fútbol. La política ganadora -o, mejor dicho, la política con la que ganan los ciudadanos- es la que, partido a partido, va resolviendo los problemas que a la gente le preocupa, la que ofrece políticas útiles para la vida real.

 

Las grandes soluciones, las que aseguran resolverlo todo, que son casi siempre las que salen de las fuerzas políticas más polarizadas, son las que nunca solucionan nada. Y como no sirven para resolver los problemas, los acaban inventando. Lo estamos viendo con este Gobierno, el más radical desde la Transición, tan perito en la creación de polémicas artificiales, como incapaz en la solución de los problemas que preocupan a la gente, como la vivienda. Para esto, la única solución que proponen es inventarse un enemigo. En este caso, los promotores y los propietarios.

 

Es un ejemplo, uno más, de la forma de razonar preferida de la radicalidad: la suma cero. Si uno gana es porque el otro tiene que salir perdiendo. La única posibilidad de beneficiar a los arrendatarios es perjudicar a los arrendadores. Es un planteamiento muy viejo, que nace en Marx bajo esta formulación: todo lo que gana el empresario es porque se lo roba al trabajador. Desde entonces, la izquierda radical le ha dado mil giros y otras aplicaciones, pero la argumentación de fondo es siempre la misma. Si la sanidad privada funciona es a costa de detraer recursos de la pública. Si los inversores privados pueden rentabilizar sus inmuebles, es a costa de que los jóvenes no puedan acceder a la vivienda.

 

Con la suma cero, se gana un enemigo pero se pierde una solución. El problema de la vivienda en España es que hay más demanda que oferta y, para arreglarlo, la solución propuesta es castigar a la oferta y contraerla más: una genialidad. Por perjudicar al malo, o al presentado como tal, se perjudica también al bueno, cuya suerte, en realidad, no importa nada. La radicalidad siempre quiere cargarse algo y la radicalidad de la izquierda siempre quiere cargarse lo privado, pero nada sufre más de su suma cero que el interés público.

 

El gran desmentido histórico a la teoría de la suma cero, en sentido negativo, es el comunismo. Todos los huevos se pusieron en la cesta de lo público y los resultados fueron catastróficos para el bien común. El gran desmentido histórico, en sentido positivo, es el Estado del Bienestar, que demostró la posibilidad de conciliar la iniciativa empresarial privada con la actuación pública puntual para garantizar determinados derechos sociales. Ese fue el modelo por el que apostó Europa tras la Segunda Guerra Mundial y es el modelo que nos gusta a los moderaditos: economía de Mercado matizada por la actuación del Estado para favorecer la justicia social.

 

Matizada, interesante palabra. La política moderadita es siempre matizada, su territorio natural es el punto medio, que diría Aristóteles, y pocas veces se inclina al blanco o negro. A veces, sí, claro. Negro es Bildu, que nunca ha condenado el terrorismo de ETA. Pero, por lo general, las cosas no son ni cien por cien blancas ni cien por cien negras. Y así, entre la educación privada  y la pública proclama que las dos, y también la concertada, porque en absoluto cree en la suma cero, sino en las sinergias y en la colaboración.  Y entre la libertad y la igualdad, dice que también las dos, y, al tiempo que reconoce unos derechos mínimos a todos los individuos, promueve el valor del mérito y el esfuerzo.

 

El café con leche de los moderaditos mezcla libertad, pluralismo, solidaridad, democracia y ley. Lo mezcla todo y orgullosamente. Comprende que algunos de estos valores están en tensión. Pero comprende también que así es como deben estar. Que esa tensión no es mala, sino buena. Y que lo malo sería que uno de los sabores desapareciera completamente de nuestro paladar, porque esos sabores, además de competir, se potencian. La libertad se potencia con la igualdad y la igualdad con la libertad, y la libertad  con la ley, y la ley con la libertad. El enemigo de los matices no son los principios fuertes: es la estulticia.

 

Sigamos bebiendo café con leche.

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