Cuántas cosas quedaron atrás? Y no hablo en esta ocasión de tradiciones o costumbres, que sí que en Sevilla se siguen respetando en su gran mayoría, sino más bien de aquellos oficios y comercios de toda la vida que han ido desapareciendo con el paso del tiempo sin que nada ni nadie haya podido remediarlo.
Oficios que se han ido adaptando al progreso utilizando nuevas maquinarias e imágenes, pero que también han ido alejándose del trato cercano y familiar de antaño con la ciudadanía. Atrás quedaron carboneros, barquilleros, serenos, colchoneros, herreros, diteros... que formaban parte del día a día de nuestra ciudad, pero cuyas materias primas fueron sepultadas poco a poco en la segunda mitad del siglo XX.
Del mismo modo, casi desaparecidos, nos encontramos a recaderos o botones, que en bicicleta o gastando suela se encargaban de realizar las tareas de la calle de infinidad de oficinas, negocios y empresas. Zapateros remendones y curtidores, que poco necesitaban para remozar lo que el tiempo hubo marchitado, contribuyendo con sus trabajos a la economía doméstica; barberos de navaja y taberneros de tiza en la oreja, que formaban parte de la idiosincrasia de nuestras calles y barrios; míticos campaneros que llenaban con su musicalidad cada rincón de la ciudad sin la ayuda de la electricidad, o impecables relojeros y joyeros, que con sus lupas adaptadas al ojo manejaban con maestría sus utensilios de trabajo.
Difícil resulta ya escuchar los populares acordes del afilador rondando por nuestras calles o visitar esas ilustres salitas de sastres y modistas dispuestos a confeccionar las mejores prendas a medida o remendar esas otras que por el uso se vieron ligeramente dañadas. Atrás quedaron los oficios de aprendices o ayudantes, que eran preludio de una larga carrera profesional sólo un poco más tarde.
También ocurrió lo mismo con comercios arrasados por la globalización. Y es que “siempre el pez grande se come al pez chico”, y de esta manera hemos conseguido casi aniquilar negocios que formaban parte de nuestro paisaje más cotidiano. Tiendas de ultramarinos y de comestibles en las que la confianza del vecindario siempre estuvo depositada y en las que sus tenderos hicieron lo propio con cuentas abiertas ajustadas a primero de mes; quincallas y droguerías en las que siempre encontrábamos todo aquello que necesitábamos o aquellas boticas que hacían honor a su nombre.
Atrás quedaron arrasadas por los grandes centros comerciales tiendas de ropa o de ajuar doméstico tan legendarias en Sevilla como Las siete puertas, Los caminos de Triana y Los Leones de la calle Castilla. Cines de verano e invierno, que dieron paso a unas diminutas salas que mermaron con notoriedad la grandeza de ir al cine. Plazas de Abastos desaparecidas o aquellos llamados “futbolines”, donde la chiquillería se reunía y convivía, como antesala a las aislantes “playstation” o “nintendo”.”Las Vegas”, “Cañaveral”, Conde de Bustillo...
Todo forma ya parte de un pasado reciente, pero a su vez muy, muy lejano. ¿Cambiaron los tiempos? ¿Las personas? Mientras tanto, subidos al carro del progreso y del desapego personal diario entre las personas, paseamos por nuestra calles más señeras jugando a recordar aquellos negocios, bares y empresas que formaron ya parte de nuestras vidas pasadas y que el tiempo se encargó de ir borrando de manera vertiginosa.
Cuánta modernidad asola tu fotografía y simbología Sevilla, hasta compararte a cualquier otra gran capital española, europea o mundial. Cuánto ha cambiado tu imagen, Sevilla, en pequeños detalles. Paseo y paseo por tus calles, y me quedo “pasmao” leyendo los rótulos que embellecen tus históricas fachadas... “Chaon li”, “Liun Chao”, “Chao Chetun”. Pero ¿dónde vivo? Cruzo el puente de Triana y miro a mi izquierda... y me pregunto ¿y eso? Menos mal que enseguida giro mi cuello hacia la derecha y me encuentro contigo, Giralda, para recordarme la grandeza de mi ciudad.