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La Vertical

El teatro jaenero del siglo XVI

Todavía tengo pendiente de rematar mi legado a esta ciudad, de la que estoy enamorado y de la que hay mucho que mostrar

Una tarde calurosa presidía la estancia donde reposaba el abuelo Lucas, algo indispuesto. Culpaba de ello al intenso bochorno. No era partidario de encender el aire acondicionado, pero sentía desfallecer. “Voy en buscar del mando a distancia para refrescar la habitación”, pensó Lucas, mientras se incorporaba.

En ese momento, cae al suelo, sus ojos cerrados no manifiestan nada halagüeño. Intentó inspirar aire en vano. Estaba inerte. Languidecía.

Les llegaron recuerdos de su niñez. Una humareda blanca le cambió el escenario. ¡¡Uff!!, aparecía su madre, qué bonito recuerdo. Decesada hace más de diez años.

¿Estaré muerto?, se interroga el abuelo Lucas. En algún momento, me dijeron que tus últimos alientos vienen precedidos de la visión de un ser querido, y “yo quería mucho a mi progenitora”, asevera el octogenario.

Tras un pequeño paréntesis, con un largo túnel de protagonista, emerge Álex, bueno, Alejandro, el técnico del Archivo Histórico Municipal de Jaén. Ha descubierto un documento, de 1596, en el que el rey Felipe II concedió autorización para que en el teatro de doña Beatriz de Salazar, ubicado en la collación de Santiago, solo se representen comedias.

Había un acuerdo con el Hospital de la Misericordia para ceder la mitad de los asientos y destinar los beneficios a los más necesitados.

Qué interesante el legajo oreado por Alejandro… Pero, ¿a qué viene ahora este recuerdo?. No puedo moverme, piensa Lucas, con los ojos ya entreabiertos. Cuántas veces me han dicho mis hijos sobre la necesidad de un dispositivo de emergencia para personas mayores.

En estos momentos soy más consciente de la edad que aparece en el documento nacional de identidad… Parece que escucho a mi vecino abrir su puerta, pero no puedo avisarle. Hasta mañana no llegará la joven que limpia la casa. Ella tiene llaves del piso y me encontrará aquí, desdichado, miserable y… Mi visión empeora, ignoro lo que ocurrirá con el resto del cuerpo, porque no lo siento.

Todavía tengo pendiente de rematar mi legado a esta ciudad, de la que estoy enamorado y de la que hay mucho que mostrar.

Suena el teléfono móvil de Lucas. Lo tiene encima de la mesa. Ya apenas escucha la repetición del tono.

Al poco tiempo, una llave besa la cerradura del portón de acceso al abuelo.

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