Lo que queda del día
La triste espera
Hay pocas cosas más tristes que una sala de espera; de hecho, en muchos casos parecen que están diseñadas para condicionarnos de cara a la tristeza, a sentirnos grises y apagados, como las sombras y los tonos de cada una de ellas. Entra uno en una sala de espera y parece que no va a librarse de que le den una mala noticia, aunque sólo sea por el hecho de tener que seguir esperando más tiempo de los previsto. Y si a tu espera sumas los rostros derrotados de los que comparten contigo la misma estancia se va acumulando la fatiga y la ansiedad de cara a poder salir de allí cuanto antes. En este sentido, puede que los aeropuertos europeos se hayan convertido en los últimos días en las salas de espera más tristes del mundo, contagiando la frustración entre los pasajeros abandonados a su suerte en medio del caos provocado por un volcán islandés de cuyo nombre nadie sabe acordarse y que ha dejado en evidencia nuestros grandes avances tecnológicos.
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