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Rafa Nadal se convirtió el domingo en el segundo jugador de la historia de Roland Garros con más trofeos. Suma ya cinco, a uno de los seis de Björn Borg. Los medios, además del logro, han resaltado las lágrimas del campeón; hasta llegaron a preguntarle por su llanto al final del partido, que no era el de la felicidad por la victoria, sino el del culmen a un año crucial, el de la explosión por el sufrimiento acumulado a lo largo de doce meses plagados de lesiones y dudas sobre su forma física. Pese a todo, eran lágrimas contenidas hasta ahora por puro nervio. Las de sus rivales vuelven a ser las de la frustración, las mismas que en su día debió derramar Claudio Ciapucci, el fenomenal ciclista italiano que tuvo que conformarse con la etiqueta de eterno secundón porque no tuvo forma de fajarse en cada escapada de otro deportista inmenso como Miguel Indurain. Es lo que tiene cruzarte en tu esperado camino de gloria con tipos tan descomunalmente dotados para el deporte como lo es ahora Rafa Nadal.

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