El sonido ambiente del Mundial de Sudáfrica no es el de los coros de los aficionados, los aplausos o los “¡uys!” de la grada, sino el ensordecedor zumbido de un instrumento popularizado en apenas cuatro días de competición que responde al nombre autóctono de “vuvuzela”. Físicamente es muy similar a las trompas de plástico que se llevan a cualquier partido de fútbol en cualquier lugar del mundo, pero su interpretación requiere de técnica -hay que colocar la lengua en una posición concreta- y el sonido que emite puede igualar los decibelios de un avión al despegar. Las televisiones han optado por reducir el sonido ambiente ante el molesto, monocorde e ininterrumpido bramido que producen miles de vuvuzelas al mismo tiempo, pero se ve que no es suficiente y que, además, no hay aficionado que prescinda del souvenir. Son los hartibles de un Mundial que está atentando contra la esencia misma del calor de la grada sobre sus jugadores.