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El virus de la Copa

la Copa del Mundo está de gira por España, pasando de mano en mano, sobada y besuqueada a partes iguales por patrocinadores, autoridades, artistas y aprovechados, como experimentados fetichistas. Es el nuevo ídolo de masas, casi una especie de objeto sagrado, al que todos dirigen su mirada con asombro y, los que están más cerca de él, con un aire de privilegiado que se dibuja en su sonrisa. Ya no basta con el “yo estaba allí” o el “yo lo viví”, como Santo Tomás, hasta que no se toca no se cree, y si encima te dejan besarla lo más probable es que se entre en trance. Nuestros genes catetos no pueden resistirlo, no pueden evitarlo; da igual que el estuche del trofeo tenga diseño de Louis Vuitton, con guantes de seda incluidos para no dejar marcas, aquí de lo que se trata es de tocar, manosear y retratarse para la posteridad y envidia de los vecinos que vengan a casa. Menos mal que la euforia no ha coincidido con la fiebre por la gripe A: a ver quién se atrevía a besar entonces al ídolo macizo y dorado.

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