Cada vez que alguien cita la película Noche y día lo hace para criticar que se haya ambientado en calles de Sevilla y Cádiz un encierro de los Sanfermines de Pamplona, como si fuésemos incapaces de abstraernos de la localización a la hora de seguir la trama o de percibir que no se trata más que de una película, cuya máxima -ayer lo recordaba Manuel Hildalgo- es contar la “verdad de una mentira”. Qué más da que la secuencia no esté rodada en Pamplona; ¿o es que si se hubiese rodado en Estambul estaríamos ahora poniéndonos las manos en la cabeza? También Cádiz se disfrazó de La Habana en la película de James Bond, y bien que presumimos en su momento del cambiazo escénico. Y también se rodó en España 55 días en Pekín, sin que nadie en todo el mundo se percatara de ello, del mismo modo que los desiertos de Almería sustituyeron durante una década a los de Arizona en centenares de películas. Así es el cine, aunque le moleste a tanto pejiguera.