La celebración de la victoria de Barack Obama se ha expandido por todo el mundo como una franquicia más del predominante imperio yankee, como si nos fuera la vida en ello, empujados por un arrebato de euforia prestada que ha servido para aliviar nuestra angustia interna, como el que va cada domingo al campo de fútbol a ciscarse en las castas del árbitro para desahogarse a gusto.

El motivo, por supuesto, ha sido más económico que personal, más interesado que afectivo. Su apuesta por la inversión pública frente a la austeridad proclamada por la Unión Europea le sitúa como nuestro mayor aliado frente a la severísima Angela Merkel. No es el único tira y afloja que nos depara el futuro a medio plazo.

En España, los empresarios siguen reclamando que se reforme -otra vez- la reforma laboral -otra vez- porque siguen sin parecerle suficientes los miles de despidos realizados, mientras los economistas piden que se recorten las prestaciones sociales para destinar el “gasto” a inversiones más productivas. Qué fácil resulta disponer y jugar con el dinero de los demás.

Pueden preguntar en los bancos, que jugaron hasta con el dinero que sus clientes aún no habían depositado por sus hipotecas para intentar hacer negocio -más aún-. Seguro que para entonces ya tenían en mente la musiquilla con la que Obama remató su discurso de celebración: “The best is yet to come” (“Lo mejor está por llegar”). Nunca antes hubo mejor ejemplo para aquello del “ya está todo inventado”.