‘Invictus’ y sus mensajes ocultos del 28F

Publicado: 02/03/2013
A los que esperaban movilizaciones multitudinarias este 28F, las cifras les devolvieron a la realidad. Es lo que tiene convocar manifestaciones e invitar a las mismas a partidos políticos: al final te insultan desde las aceras.
Es 28 de febrero por la tarde y, a la espera de encontrar algo mejor que hacer mientras termino la digestión, me dedico a repasar la oferta televisiva. Solo es fiesta en Andalucía, así que el abanico de propuestas se va reduciendo drásticamente a medida que se suceden los culebrones y tertulias de sobremesa. Eso significa que solo Canal Sur ha podido modificar su programación y, efectivamente, hay película, una de Clint Eatswood, Invictus. No está entre mis favoritas -prefiero el didáctico libro de John Carlin en el que se basa y explica la historia-, pero hasta en los encargos más inverosímiles de Eastwood hay mucho mejor cine del que se pueda disfrutar en televisión durante varios días seguidos.

El caso es que empiezo a preguntarme qué hace una película como Invictus -una película sobre rugby- como producto estrella de la televisión pública -la nuestra- en el día de Andalucía, consciente de que los programadores de Canal Sur no suelen dar puntada sin hilo, y casi sin querer empiezan a salir una serie de curiosas correlaciones con las que establecer toda una teoría de la conspiración de claro trasfondo político. Podríamos empezar por el color de los Springbocks, el equipo nacional de rugby que protagoniza el filme: visten de verde. Es un buen punto de partida, pero las alusiones van más allá.

Para empezar, el título, Invicto, que es como sigue el PSOE -a los ojos de todos los andaluces, por mucho que le pese a Javier Arenas y todo el PP, excepto Cospedal- en nuestra comunidad autónoma desde el primer día, al menos en lo que se refiere a ostentar el mando de la región. En segundo lugar, la figura de Nelson Mandela, fuente de inspiración para cualquier gobernante del mundo que crea en los valores democráticos y en la igualdad de todos ante la ley y en el seno de la sociedad, incluido nuestro presidente Pepe Griñán -supongo que se le podrá seguir llamando Pepe-. Y, en tercer lugar, el empeño del propio Mandela por propiciar la unión y el consenso en favor de un mismo destino vital, que tampoco dista mucho del que ha pretendido el PSOE con Izquierda Unida a través del pacto de gobierno de izquierdas -frente a la derecha- desde el que rigen nuestros destinos. Es cierto, esta última interpretación tiene lagunas, le falta que entre Griñán y Valderas hubiesen logrado hermanar a las aficiones del Betis y el Sevilla para que apoyaran cada semana a ambos equipos en casa, pero eso no hay Apartheid que lo supere.    

Dudo, en cualquier caso, que haya muchos más que, como yo, en evidente estado desquiciado y febril, llegaran a las mismas conclusiones, pero si no se captó el mensaje, tampoco importaba mucho. Lo que importaba era que la audiencia siguiera con interés la historia para no desconectar ni con la pausa publicitaria, que era donde llegaba la clase didáctica sobre la Andalucía de progreso que debe envidiar el resto de España, incluida Cataluña, en forma de autopromociones y spots protagonizados por jóvenes estudiantes de colegios públicos que ensalzaban el estatuto andaluz como si les fuera la vida en ello, con más entusiasmo que CR7 celebrando un gol en el Camp Nou, seguidos de los presentadores estrella de la cadena reivindicando -solo se lo deberán decir en casa- la función pública de la televisión de Andalucía. “Los vellos de gallina”, que decía un conocido cada vez que escuchaba a Rocío Jurado. 

Tras la película me encuentro con un artículo de Román Orozco en el que reivindica, de forma entusiasta, el regreso del pueblo andaluz a las calles, aprovechando una jornada tan significativa, para contestar a las políticas de asfixia y recortes que nos impone la derecha desde Madrid. Pide que se repita esa marcha de millón y medio de andaluces de hace 35 años. A esas alturas del día, las cifras de manifestantes deben haberle devuelto a la realidad. Es lo que tiene convocar manifestaciones e invitar a las mismas a partidos políticos: al final te insultan desde las aceras. No sé, pero en estos momentos me inquieta mucho más lo que está pasando en Italia que nuestra afición a adornar los discursos de “derechas”, “fascistas” y demás atributos represores en busca de un lenguaje con causa común.

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