Del Bosque, presidente

Publicado: 13/12/2014
Qué más da lo que cobren altos cargos y mandatarios; lo importante es que cumplan con su trabajo, que se merezcan el cargo, que tengan talento para rentabilizarlo, y, claro, es ahí donde está el problema, no en los sueldos
Hay dos temas sobre los que todos los españoles nos sentimos autorizados para opinar libremente, y sin temor a causar sonrojo: el fútbol y la política. Si todos, como dicen, llevamos dentro un entrenador frustrado, no descarten sumar un alcalde o un ministro en ciernes, de esos que en las comidas de Navidad tienen la clave para arreglar el Ayuntamiento y acabar con la corrupción.

Por esa misma regla de tres, los políticos juegan con ventaja, ya que sólo deben aspirar a ser entrenadores de fútbol, de la misma manera que los entrenadores de fútbol sólo deben hacerlo a presidir su ciudad natal o la nación misma. A tenor de lo cual, podríamos proponer de presidente del Gobierno a Vicente del Bosque y así acabábamos con dos debates a la vez, ya que es un tipo que cae bien a casi todo el mundo y tiene un sueldo acorde con el cargo: 2,3 millones de euros. Para qué más transparencia.

En cualquiera de los casos, cada vez que sale en una conversación el fútbol o la política y se disparan los comentarios, resulta conveniente tener a mano a Harry Callaghan para que nos recuerde aquello de que “las opiniones son como los culos. Cada uno tiene uno”. Ha pasado esta semana con el tema de los insultos en los estadios de fútbol y con la publicación de los salarios de los mandatarios y altos cargos públicos. Un escándalo. Otro más. Los dos.

A todos se lo parece que un presidente del Gobierno cobre menos que sus subalternos; incluso que su salario parezca no compensar el propio cargo, pero nadie considera escandaloso que el entrenador de una selección nacional cobre más que el presidente de la propia nación, por mucho que sus alegrías nos brinden más satisfacciones y beneficien a nuestra circulación.

A todos parece una barbaridad que en los campos de fútbol se insulte y grite contra los jugadores del equipo rival, contra el árbitro y hasta contra los aficionados visitantes, pero parecen no haberlo tenido en cuenta hasta ahora cada vez que se han sentado en una grada o, peor, en el palco, a no ser que lo vieran como parte del espectáculo, y siempre que no atentara contra uno mismo, como ocurrió en los últimos años de la dictadura y en las finales de la Copa del Generalísimo, donde siempre estuvo vetado como colegiado un árbitro apellidado Franco, para que nadie se ciscara en sus castas o lo pusiera de cornudo y el caudillo se diera por aludido.

Recuerdo siendo niño, cuando iba al fútbol, como el conocido cura de una parroquia se pasaba buena parte del partido paseando por la grada y confesando atrocidades contra los defensas del equipo contrario; incluso a un modélico vecino, padre de familia, al que cada domingo veía transformado y levantándose del asiento para dedicarle unos adjetivos al hombre de negro, como si acabara de tomarse la pócima de Mr. Hyde. En ambos casos, y en la de tantos otros, bajo la justificación de que al fútbol iba uno a desahogarse, no a ver un partido, convertido de por sí en un desvirtuado espectáculo.

Hace unos años, en Londres, presencié una eliminatoria de copa entre el Wimbledon y otro equipo de la Championship. Era lunes por la noche, llovía a mares y el equipo local perdía 0-4, pero nadie se movía de las gradas salvo para seguir entonando cánticos a favor de su equipo. Entre cómo hemos llegado a vivir en nuestro país un partido de fútbol y cómo se viven ahora los partidos en el Reino Unido hay algo que se nos ha perdido en el camino, y no creo que sea difícil encontrarlo, aunque también tengo claro que no tendrá nada que ver con un manual de uso, sino con buena voluntad, como la de la grada del Almería de este viernes.

Entre lo que cobra David Cameron o Angela Merkel y lo que cobra Mariano Rajoy también hay diferencias notables, aunque dudo que nadie vaya a reclamar que le equiparen el sueldo, en todo caso que se corrijan los desfases puestos en evidencia por el portal de transparencia. A pesar de todo, sigo con esa recurrente sensación de que los árboles parecen no dejarnos ver el bosque. Es decir, qué más da lo que cobren altos cargos y mandatarios; lo importante es que cumplan con su trabajo, que se merezcan el cargo, que tengan talento para rentabilizarlo, y, claro, es ahí donde está el problema, no en los sueldos.

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