Un amigo sacerdote no soportaba que en el Carrusel Deportivo conectaran con San Mamés y se refirieran al estadio como “la catedral del fútbol”. Lo consideraba casi una blasfemia, una desvirtuación, incluso una violación del término.
Supongo que debe ocurrirle otro tanto de lo mismo cuando se hace uso de la fe desde la banalidad del término, incluso con un sentido espurio, ajeno a la espiritualidad desde la que se expresa desde el púlpito, aunque pretenda subrayar idéntica trascendencia. Tener fe en que tu equipo gane la liga, en que te toque la lotería, en que te suban el sueldo, en conocer a la mujer -o al hombre- de tus sueños.
Antes, los políticos tenían fe en la victoria electoral, pero la han sustituido por un coach que les enseña a pronunciar un alentador, como probablemente incierto para una amplia mayoría, “vamos a ganar”. A cambio, parecen haber copiado a José Luis Cuerda cuando dice que tiene mucha “fe en las erratas”.
Es inevitable. Sólo quien tiene fe en las erratas puede redactar programas electorales que después no puede cumplir, sólo quien tiene fe en las erratas puede promover un proceso electoral interno que después termina denunciando, sólo quien tiene fe en las erratas puede criticar a un gobierno por hacer lo mismo que ellos en el pasado, sólo quien tiene fe en las erratas puede arrogarse el valor de vestir de imputado al contrario cuando en casa tiene una condena de cárcel pendiente de recurso. No sé si me siguen.
El año, de hecho, ha comenzado con una gran errata, la de las campanadas de Canal Sur, pero como este tipo de cosas nos las tomamos con humor habrá que esperar que el año entero no sea un error por sí mismo, con tanto futuro por decidir y por elegir. A Jerez la errata no le ha venido mal, aunque el Gobierno local haya caído en la frivolidad -una más que añadir al saco de los kharmas- de llevar el caso al extremo de reivindicarse como sede de las próximas campanadas autonómicas.
Un gesto que ha indignado al PSOE por hacer burla de las desgracias ajenas. ¿Ajenas? Ajenas no, de todos, ¿o acaso Canal Sur no es la nuestra, la que pagamos entre todos? Al final va a ser verdad lo que decía Manuel Ponce cuando formaba parte de su consejo de administración: “La nuestra no, la de ellos”. Tampoco hay que alarmarse, al PSOE, después de salir en defensa de la concesionaria Urbanos Amarillos sólo le ha faltado hacerlo en favor de Zahav; a fin de cuentas, ambas llegaron de su mano hasta Jerez.
También llegó a Jerez, en este caso de la mano del PP, la empresa Special Event, aunque según la propia alcaldesa no se trata de una errata, sino de “mala suerte”, y estoy convencido de que lo fue, aunque queda por dilucidar si lo de los metadatos es o no una errata, que aunque dejaría a la oposición sin coartada Gürtel, sí pondría al PP en una delicada situación en la que confían poder seguir marcando los tiempos y en la que parece bastante improbable que haya cambio de cromos en la candidatura municipal, por mucho que Luis Flor insista en ello como si se tratase de una
cuestión de fe.
Por mucha prisa que dé el juez Ruz a la Intervención General del Estado y por mucha celeridad con la que actúe de aquí a marzo, incluso en el peor de los casos para el PP, el magistrado tendría que inhibirse a favor del Tribunal Supremo por la condición de aforada de la alcaldesa en calidad de senadora.
También ha habido mucha fe en las erratas de la mano de los nuevos movimientos sociales. Recuerdo hace cuatro años al profesor Ramón Vargas-Machuca dirigirse a los jóvenes implicados en los movimientos del 15-M. “Ocupad los partidos, no las plazas”, les decía. Supongo que se refería a los partidos de referencia, porque aquel consejo acabó en errata al no advertir lo que ahora conocemos bajo el nombre de Podemos, que también tiene sus erratas, en forma de contradicciones y en forma de números -sólo un 36% de sus afiliados se ha interesado por el proceso de selección de sus consejos municipales-: no es una cuestión de casta, sino de política.
Es cierto que tener fe en las erratas cuando vivimos en un estado aconfesional tiene sus lagunas, pero por eso mismo son los votantes los que las juzgan cada cuatro años, y de ello no se libra ni quien gobierna ni quien ya se ve haciéndolo.