Apenas 24 horas después de coronarse, otra vez, como campeones de Europa, los héroes de Unicaja Baloncesto volvieron a pisar suelo malagueño con un único destino: el Santuario de la Victoria. A las 20:15 horas, la expedición cajista se congregó en el templo que alberga a la patrona de Málaga para rendirle una emotiva ofrenda floral tras conquistar su segunda Basketball Champions League consecutiva. Una celebración sobria, sentida y profundamente simbólica, con aroma a historia viva del deporte andaluz.
El acto contó con la presencia institucional de la primera teniente de alcalde del Ayuntamiento de Málaga, Elisa Pérez de Siles; el presidente de la Diputación, Francisco Salado; y el delegado de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía en Málaga, Carlos García. Todos ellos acompañaron al club en una ceremonia que fue mucho más que un gesto religioso: fue una muestra de unión entre ciudad y equipo, entre fe y baloncesto, entre gratitud y orgullo colectivo.
El capitán Alberto Díaz, visiblemente emocionado, encabezó la ofrenda en representación de la plantilla. A sus espaldas, sus compañeros, algunos aún con el cansancio en las piernas, pero con el brillo del triunfo en la mirada, depositaron el ramo a los pies de la Virgen. “Volvemos a estar aquí. Es un privilegio inmenso poder ofrecerle este nuevo título a Málaga”, pronunció en voz baja uno de los jugadores. Las cámaras captaron los aplausos, las sonrisas, los gestos de complicidad. Málaga, otra vez en lo más alto, volvía a abrazar a los suyos.
Unicaja se impuso con autoridad en la final de Atenas al Galatasaray (67-83), desplegando un baloncesto sólido, maduro y coral. Tyson Carter, elegido MVP de la Final Four, lideró una actuación en la que todos sumaron, desde la intensidad de Kameron Taylor hasta el carácter de Dylan Osetkowski. Fue una victoria de grupo, de estilo y de convicción: una declaración de principios de un equipo que, desde la llegada de Ibon Navarro, ha cambiado para siempre su destino.
Con este título, el cuarto de la temporada tras levantar Supercopa, Copa del Rey y Copa Intercontinental, Unicaja se consolida como una dinastía emergente en Europa. El club ha logrado algo impensable hace apenas tres años: resurgir de sus cenizas, reinventarse y mirar de tú a tú a los gigantes del continente. Y lo ha hecho con jugadores formados en casa, con un proyecto sostenible y con una identidad que trasciende la pista.
En el templo de la Victoria, esa gesta tomó forma espiritual. No hubo grandes discursos ni euforia desatada: solo un profundo respeto por la historia y por el camino recorrido.
Ahora, con la Copa de Europa en sus vitrinas, el conjunto verde se prepara para la fase decisiva de la Liga Endesa. El sueño de conquistar el triplete nacional sigue vivo. Pero antes, Málaga tenía una cita pendiente con su equipo campeón. Y la ciudad respondió. Porque este Unicaja ya no es solo un club de baloncesto. Es el reflejo de una Málaga que cree, que lucha y que gana.