Encara julio su final de mes y agosto asoma templado para dominar el tiempo, ese tiempo aguardado en el que la vida tiende a ralentizarse y la actualidad se aparcarse para septiembre. Los que quedan en agosto están de guardia y su tono bronceado delata necesidad de alejarse de la contienda y dejarse llevar cual velero que navega paralelo al horizonte impulsado por la suave brisa. Las noticias de interés quedarán en la recámara porque no quedan interesados en oírlas, agosto invita a cuestiones mundanas para esta España que se debate entre la sombra de los Koldo, Cerdán, Montoro, Ábalos, Aldama y ahora esta Noelia Núñez dimitida por falsear su currículum, que hay que ser torpe, y la luz brillante de esa otra de Alcaraz, la selección femenina de fútbol y la de toda la gente que hace posible la convivencia en un país solidario, estable y, en general, maravilloso para vivir la vida.
Ahora que son habituales las listas de casi cualquier cosa, desde los diez mejores libros de novela histórica hasta las siete mejores yogurteras del mercado, uno, propenso al análisis de la nada en cuanto el momento deja hueco, piensa para este cierre de jardín qué diez momentos pueden encumbrar este mes de agosto y en su suma atraer esa felicidad que es, qué duda cabe, la acumulación de instantes donde la excelencia de lo sencillo toma el poder. Nueve momentos y, como remate, la historia de un año de perros.
Guía de viaje. Qué duda cabe que partiendo de una tierra tan sólida en su esencia como es la provincia de Cádiz y por la cual en agosto media España suspira y la otra media paga, hay que saber elegir el momento playa y las alternativas son muchas, variadas y de un nivel incomparable. Un atardecer en Zahora cuando el sol torna a naranja y el agua cristalina te susurra baño en esa baja mar eterna estáé, según gustos, unas décimas por encima del apoteósico baño que te puedas dar en la cala de los alemanes ante olas bravías.
De momentos sentados a la mesa hay muchos, muchos, tantos como costa de arena fina bordeando la provincia pero, de todos, como especial por su entorno el paisaje infinito desde el mirador de El Tesoro con la costa de Marruecos al fondo y las dunas de Tarifa enfrente… El tiempo detenido desde aquella loma es eso, un auténtico tesoro.
Para el momento tres: Cádiz suena bien y lo hace todo el año y en verano el duende se apodera de las placidas noches de El Puerto en su Puro Latino, de Chiclana con el Concert Music o de muchas otras localidades como Cádiz o Sanlúcar, que ofrecen música diversa para hacerse un concierto bajo el foco de la luna, pero la magia con especies morunas de la tierra se marida perfecta en acordes con Coral de los Reyes o María del Mar Moreno en la fiesta de la bulería a finales de mes en Jerez de la Frontera, donde entendidos aseguran que se comen las papas enteras. Un tapeo, unas copas de fino helado previos y flamenco del bueno y el turismo paga lo que se pida. De cuatro no me falta Sanlúcar allí donde la otra banda oculta las profundidades del Coto y las carreras de Caballos muestran una de las imágenes más potentes del verano gaditano; Sanlúcar es la puerta del paraíso y sabe a acedía recién pescada y frita y a manzanilla fresca con ese matiz salino que la distingue, hermana de sangre de los finos de Jerez y de El Puerto.
Los libros. No pueden faltar los libros y cada cual elige donde buscar acomodo para leerlos: en la playa, en una terraza bajo la tenue luz que ilumina páginas tintadas, en el jardín, donde sea para leer a algunas de las muchas mujeres que cada día escriben más y mejor como Claudia Piñeiro, Maud Ventura, Siri Hustvedt, Miranda July o Virginia Feito, entre otras, u clásicos maravillosos como Muñoz Molina, Philip Roth, Jonathan Franzen, Paul Auster o Luis Landero. Leer, viajar, comer y lo otro son los cuatro placeres principales de la vida y en Cádiz, en agosto, se practican mucho.
Para el seis, momento natura, bien podría ser una jornada completa con parada en venta Pinto, Vejer, donde desayunar a base de bocata de lomo jandeño o, mejor, carne mechá de Retinto para coger energía, seguir hasta Bolonia, aparcar en el último chiringo y caminar hacia la izquierda durante casi 50 minutos para llegar a las piscinas romanas donde bañarse a lo loco en esas aguas frías y transparentes. De vuelta, comer en algún chiringo de Bolonia y siestear en esa inmensa playa que los romanos descubrieron y de cuyo paso queda el conjunto arqueológico conocido como Baelo Claudia y, llegado a este punto, se siente uno suelto para competir con quien le echen en el terreno redactor-negro para guía del viajero errante.
Tiene sus detractores y cada día son más numerosos pero como momento, lo es y por eso ocupará el siete de los gaditanos del verano. Toros en El Puerto para ver a Manzanares, Roca Rey o Morante en un espectáculo primitivo, viejo, bruto en el que el debate de lo ético y de lo estético se cruzan a sangre y espada y uno no sabe si aplaudir a rabiar o irse cabizbajo. Y momento grande es ver cómo se llena la plaza poco a poco con elegancia hasta que el sonido del clarín anuncia que la muerte ronda por cerca.
Ocho: cualquier ruta por la sierre de Cádiz, inmensa. El sendero del río Majaceite entre Benamahoma y El Bosque tiene mucho tirón y las primeras horas de este mes de agosto recibe a un buen número de adeptos al canturreo del caminante no hay camino, se hace... Y termino sobre el mar a elegir entre un paseo por el catamarán Rota a Cádiz, conocer Tánger viajando desde Tarifa o hacer algunos de los muchos seguimientos a cetáceos que se dan en las costas del Estrecho. Por ejemplo.
Y para el décimo que cada cual construya una historia para el recuerdo de la que alimentar el alma todo el año, la mía fue de amores y la comparto para cerrar la temporada cual geranio que regala flores en verano. Presionado por todos los flancos por aquella que tiene el poderoso galón de ser la más pequeña se dio que un peludo de cuatro patas llamado Leo, diminutivo de Leoncio, Leónidas u Leonardo, vaya usted a saber, entrase en nuestras vidas para que sus más de 40 kilos se apoderaran de todo el entorno con la misma rapidez que devoraba cuencos. Al poco, mi adorado Golden blanco se encontraba solo -por auto convencerme ante lo que venía con una excusa idiota- y uno, que es intenso y se había prometido jamás tener perros en su vida, jamás, nunca jamás, adoptó acto seguido a Aika, que en japonés significa canción de amor -Ohhhh!!!-. Y Leo, claro está, se enamoró de esta Retriever también blanca de hocico fino y carácter muy femenino cuyo contorneo le cautivó desde que esta chica de mirada triste atravesó las puertas de su nueva casa. Ya eran dos. Y pareja.
Que los Golden se crucen -decían entendidos en la materia- no era nada fácil pero Leo, seguramente guiado por ese instinto genético y varonil que respiró en su hogar desde que a sus dos meses a él llegó, quiso justo un 31 de diciembre por la mañana atinar allí por donde el goce mejor se ofrece y Aika, coqueta y dispuesta en pleno celo, parió nada menos que ocho Golden todos blancos justo dos meses después en una noche eterna que la hizo lanzar -cual arroja por un tobogán- un perrito cada, más menos, una hora. Ocho. De la nada llegó Leo, tras él Aika y, de pronto, eran diez… Todos blancos, puro amor. Un amor de locos que duraría meses.
No sabiendo -ni queriendo- negociar con la carne sea ésta de la genética que sea, se hizo un casting para buscar familias aptas para el adopte y crianza de estas pequeñas linduras cuya capacidad de defecar sobrepasa la imaginación más loca. Familias nobles, con recursos financieros mínimos porque, para qué negarlo, había que prever que el pienso futuro fuera de primera calidad…; sumaba en la licitación de gratuito otorgamiento la posesión de jardín para el correteo y, sobre todo, que sus nuevos dueños tuviesen la mirada limpia, preferentemente familias de Cádiz porque habría de cumplirse la condición.
Todos los años Aika y Leo se reúnen en torno a su camada -dueños incluidos- en una auténtica y genuina tarde de perros y todos -más bien los dueños- quieren pensar que, por olfato, se reconocen de cuando compartieron paridera. Seguramente no sea así. Es igual. Animales, en todo caso, dulces y amorosos que te reciben de la vuelta de tirar la basura con el mismo ardor que si volvieras de China y que una vez al año se juntan para olisquearse, ladrar con gaditano tono y con esta foto de algunos de ellos se ilustra una historia ahora compartida. Feliz verano.