En los últimos tiempos hemos sido testigos de una peligrosa deriva política que está dejando huella en la sociedad española. Vox, partido que no se esconde en su estrategia del miedo, ha vuelto a traspasar los límites del discurso razonable al proponer la expulsión de ocho millones de inmigrantes. Una cifra desproporcionada, inasumible e irreal pero, sobre todo, profundamente irresponsable.
Esta propuesta no es un desliz ni una exageración sin consecuencias. Es parte de una estrategia perfectamente diseñada para sembrar división, para movilizar a una parte de la población a través del miedo y para convertir al inmigrante en el enemigo útil. No importa si trabaja, si paga impuestos, si son españoles de nacimiento o sí contribuyen voluntariamente en entidades sin ánimo de lucro, como pasa en la Asociación Arrabales de Huelva. El objetivo es claro: criminalizar la diferencia, hacer del otro una amenaza y construir sobre esa amenaza un proyecto político que le está dando muy buenos resultados.
Esta retórica no sólo es falsa: es peligrosa. Las políticas basadas en el enfrentamiento generan escenarios violentos, y su máximo responsable, Abascal, se está manchando las manos de sangre, observando como el odio y el desprecio entre esos bandos condicionados se arman como guerrillas pandilleras para seguir generando adeptos a una causa con un solo fin, conseguir el voto del miedo, sin importar el daño y dolor que esté causando.
En esta fábula intencionada, se está creando una narrativa de ‘invasión’, de ‘bandas extranjeras’, de ‘inseguridad importada’ que no resiste el más mínimo análisis riguroso de datos, donde la verdad es lo que menos importa. La paradoja es que muchos de los que se sienten amenazados por la inmigración no saben -o no quieren saber- que son precisamente los inmigrantes quienes sostienen gran parte del sistema económico español. En sectores como la agricultura, la hostelería, la construcción o el cuidado de personas dependientes, su aportación es esencial. Sin ellos, no sólo se derrumba una parte importante de nuestra economía, también nuestro modelo de bienestar.
Pero Vox no busca soluciones. Vox busca culpables. Porque es más fácil culpar al que viene de fuera que enfrentarse a la precariedad laboral, a la falta de vivienda, al colapso de la sanidad o a la corrupción institucional. Es más fácil señalar a un joven magrebí como responsable de los males de un barrio que preguntarse por qué ese barrio lleva décadas abandonado. No estamos ante un debate sobre inmigración. Estamos ante una guerra ideológica que utiliza la inmigración como excusa, como ya intentó con la homosexualidad o con las armas.
Lo que está en juego no es sólo el futuro de quienes llegan a nuestro país buscando una vida mejor, sino el tipo de sociedad que queremos ser. Una sociedad que mira al futuro con inteligencia, solidaridad y justicia, o una que se repliega sobre sí misma, alimentada por el rencor, el miedo y la ignorancia. Los límites políticos se están rompiendo a girones y los votos son claras cazas de inmigrantes, donde cada una de esas vidas es canjeada en las urnas por votos.