Los abrazos a la OTAN y a China son apenas dos muestras de la marcha atrás que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dado en menos de tres meses en la Casa Blanca en la mayoría de postulados que hicieron de él un candidato diferente a ojos del pueblo e impulsaron su triunfo.
Aunque todavía se escucha el eco de su "America First" ("EE.UU primero") y del "Make America Great Again" ("Hacer a EE.UU. grande de nuevo"), la mano dura prometida con socios y con enemigos para dominar el mundo sin necesidad de intervencionismo militar ha quedado atrás cuando suenan hoy tambores de guerra con Corea del Norte, Siria o en Afganistán.
En un insólito
giro de sus prioridades de política exterior, Trump decidió la semana pasada bombardear al régimen sirio por un ataque químico del que Occidente culpa a Bachar al Asad, aunque él -y Rusia- defiende que todo es un montaje para derrocarlo.
A las provocaciones nucleares de Corea del Norte Trump ha respondido con el envío de un portaaviones nuclear y el jueves hizo una demostración de fuerza con el lanzamiento de la mayor bomba no nuclear de Estados Unidos para atacar un sistema de cuevas del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en Afganistán.
Lejos quedan los tiempos en los que Trump presionaba a su antecesor, Barack Obama, para que se olvidara de Al Asad: "¿Qué sacaremos -afirmaba en 2013- de bombardear Siria aparte de más deuda y un potencial conflicto a largo plazo?", "Siria no es nuestro problema", "No ataquemos a Siria, arreglemos Estados Unidos", decía.
El multimillonario presidente tomó la decisión de atacar a Al Asad desde Mar-a-Lago, su lujoso club privado en Florida, donde era anfitrión del presidente chino, Xi Jinping, y a donde suele viajar los fines de semana para jugar al golf, una afición compartida con Obama pese a que dijo que él "no tendría tiempo" para ello.
La reunión con Xi terminó con un giro retórico de Trump, que afirmó, contrariamente a lo defendido hasta días antes, que China no manipula su divisa, por lo que Estados Unidos no le impondrá sanciones comerciales, como había amenazado durante su campaña.
Del "cuando hablamos de manipulación de la divisa, cuando hablamos de devaluaciones, ellos (China) son los campeones del mundo" al "ellos no manipulan la divisa" hubo apenas diez días.
El de la divisa es el segundo paso en falso de Trump con Pekín después de su amago de reconocer a Taiwán, amenaza frustrada tras la presión diplomática ejercida por China. El propio gobernante tuvo que llamar a Xi en febrero para recular y comprometerse con la política de "una sola China" adoptada en 1979.
En la misma entrevista al The Wall Street Journal en la que acomodó su posición sobre la divisa china, el presidente también cambió de criterio sobre el Eximbank, la agencia de créditos a las exportaciones de Estados Unidos.
"En realidad, es una cosa muy buena. Y en realidad hace dinero; podría hacer mucho dinero", dijo el presidente, cambiando su discurso de candidato: "No me gusta. Creo que es mucho exceso de equipaje. Creo que es innecesario".
La semana de retrocesos de Trump concluyó con una visita a la Casa Blanca de Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, organización que el presidente estadounidense había tildado de "obsoleta" y amenazado con no defender a algunos de sus socios en caso de conflicto.
"Dije que era obsoleta. Ya no es obsoleta", apuntó Trump este miércoles, acorralado por el enfado de Rusia, país con el que anhelaba mejorar las relaciones hace apenas unos meses, a raíz del bombardeo en Siria.
De hecho, Trump empezó a desdecirse de sus compromisos la misma noche electoral, cuando se olvidó de la promesa que tanto furor había causado entre sus secuaces de "encarcelar" a Hillary Clinton por el escándalo de los correos electrónicos.
Aunque su gesto de no ordenar una investigación contra Clinton se interpretó como el entierro de su hacha de guerra, fue una muestra de las renuncias que irían llegando, como la de llenar su Gobierno con políticos adscritos a los círculos de poder de Washington, el famoso "establishment" que había denostado durante la campaña.
Pasados menos de tres meses de su llegada a la Casa Blanca, con el
veto migratorio bloqueado por la Justicia y la derogación del "Obamacare" frustrada por los propios republicanos en el Congreso, Trump ve cómo su Presidencia no es tan diferente como pregonaba.