Veinte años después de que concibiera su primera versión, Juana Castro da a la luz “La bámbola. Intrusos en la red” (EH Editores. Jerez de la Frontera, Cádiz, 2010), un poemario con acentuados marcadores irónicos y reivindicativos, que “parecen significar el deseo de la poeta de estar en vanguardia de su tiempo (…) al unir sexo y tecnología como si de un cuerpo unitario se tratara”, tal y como apunta Balbina Prior en su prefacio.
En efecto, Juan Castro, ha vertebrado diversos textos en los que conjuga una trama erótica, que tiene a la mujer -denigrada e indefensa- como protagonista de su compleja causa histórica. A ello, se le une, la sorpresiva realidad que relaciona el innato deseo con los últimos avances técnicos. El lenguaje de la autora cordobesa es directo, y su verbo se afila y se estrecha entre un tiempo y un espacio de pretéritas injusticias: “Sí, señor, mi esqueleto/ ha vivido conmigo cada instante/ y hoy me pasa factura. Pues los huesos mejor que un diario/ nuestra historia registran como nadie“.
Con “Códigos del instante”, (Edelphus Ediciones. Navarra, 2009) Marina Aoiz continúa en su incesante búsqueda de una materia lírica perdurable. Esta tafallesa del 55, con diez poemarios a sus espaldas, ahonda entre las vías que circundan su ciudad interior y halla en la esencia de la luz y de la palabra su estigma creador: “El poema/ se desprendió de su cáscara/ y aceptó su destino”. Y Marina Aoiz sabe, que el suyo es el de ser una alquimista del verbo exacto, del existencial fulgor, de “lo hermético, del silencio y de la trascendencia”, anota Neus Aguado en su prólogo. Estos “códigos” de miradas límpidas, de plegarias insurrectas, de quebrados sueños, de cotidianas lágrimas, lamen las esquinas silentes de estos poemas insondables y enigmáticos.
Porque sabe su autora que “El viaje al amor/ es tarea ardua. Primero/ hay que trazar/ las líneas de cada mano/ en una remota estrella…”, y después, seguir indagando entre los pliegues del olvido, para rescatar de la memoria lo mejor de cuanto somos y fuimos. Como hace ella, con su verso húmedo y solidario.
La bonaerense Teresa Martín Tafarell vuelve a dar muestras de su vívida conciencia en “Del tiempo y de las sombras” (Candaya. Barcelona, 2009). En su anterior poemario, “Lecciones de ausencia” -editado en este mismo sello cinco años atrás-, su discurso ya se mostraba íntimo y explícito, lo que facilitaba al lector la grata percepción de su sensible naturaleza. Ahora, sugiere seis distintas singladuras por las que adentrarse junto a su sugestivo decir: “Adivino senderos aún no descubiertos/ y sucedo, sin más,/ en este renacer de cada instante”. Con el sentimiento de que las fechas señaladas en su travesía vital son ya hojas caducas, busca entre aquellos ecos lejanos las promesas y los labios que incendiaron una vez su existencia. Con los ojos “irremediablemente abiertos”, su mirada inquietante reclama la antigua lumbre de una casa habitada, cálida, que ahora está vestida de ausencia. Pero aún late.
“Con un registro lírico lleno de delicadeza” -como afirma José María Merino en su introducción-, Teresa Martín Tafarell nos brinda un sólido ejercicio de autenticidad lingüística. Y de humana poesía.