Con su acostumbrado buen hacer, la editorial orensana Linteo acaba de dar a la luz “Tengo una cita con la muerte”, un espléndido volumen, que reúne a veintiún poetas que combatieron y murieron en la Primera Guerra Mundial -bien fuera en las trincheras o en el hospital-. Diecisiete autores de los aquí recogidos eran ingleses, dos irlandeses -T.M Kettle y R.B Marriot-Watson-, uno canadiense -John McCrae- y otro americano -Alan Seeger-, si bien todos ellos sirvieron con común lealtad al rey Jorge V.
Esta antología, debe su publicación a la aparecida en el Reino Unido en 1964 bajo el título de “Up the Line to Death. The War Poets 1914-1918”, que tuvo como compilador a Brian Gardner. Gracias a su empeño de entonces y al renovado esfuerzo que Borja Aguiló y Ben Clark -traductores y responsables de esta edición- han realizado, el lector tiene ante sí un sobresaliente testimonio de lo que para muchos hombres supuso aquella Gran Guerra.
En su prólogo, Aguiló y Clark advierten del filtro que el propio Gardner consideró imprescindible para la realización de su florilegio hace más de cincuenta años: los textos seleccionados “debían ser de poetas directamente en contacto con el horror de la guerra. Los poemas bélicos escritos por elegantes señores en mansiones inglesas ya no podían tener ninguna validez poética”.
Con estos mimbres, resulta turbador adentrarse en estos escritos y conocer las tristes y dolorosas vicisitudes que padecieron en el frente; sobre todo, a partir del verano de 1916, año en que tras la batalla del Somme, el ejército británico sufrió el demoledor ataque de las tropas alemanas: -el 1 de julio, primer día de la contienda, se contabilizaron casi sesenta mil bajas, veinte mil de las cuales fueron mortales-.
No cabe duda, de que la labor propagandística del entonces secretario de Estado de Guerra, Lord Horatio Kitchener, fue notabilísima y un sinfín de jóvenes e inexpertos muchachos se alistaron llenos de pasión por lo desconocido y por un encendido amor patriótico. Los versos de William Noel Hodgson -que sirven de pórtico a este libro- desprenden un singular aroma a satisfacción por el deber cumplido: “Y cuando la llamada en nuestros oídos fue estridente,/ nos levantamos con nuestra esperanza intacta,/ y entonces lanzamos sólo una mirada atrás, y aún despreocupados/ avanzamos decididos a hacer el trabajo de los hombres”.
Pero detrás de tan primer y notable impulso, llegaron también las duras y tétricas consecuencias bélicas. La desesperanza fue haciendo mella en los soldados y en los propios supervivientes se instalaba una temible incertidumbre: “Sombría es esta noche/ y, aunque estamos aún vivos, sabemos/ qué siniestra amenaza nos acecha entre sombras (…) La muerte podría caer desde la oscuridad”, anota Isaac Rosenberg.
Múltiples y variados ejemplos, pues, los que pueden encontrarse en este atractiva antología, que nos recuerda la crueldad y el desconsuelo que esconde todo conflicto armado. Y lo cercano que se palpa el fenecimiento al estar inmerso en tan contrarias y dramáticas circunstancias. Tal y como nos lo hiciera saber Alan Seeger en su poema “Cita” y que da cita al conjunto: “Tengo una cita con la muerte/ en alguna disputada barricada (…) Tengo una cita con la muerte/ cuando la primavera traiga los días hermosos y azules de vuelta”.
Lo más leído
Lo último
Boletín diario gratuito
- Una cita con la muerte · Notas de un lector · Viva Jaén DESCARGAR PERIÓDICO
-
-
Seccionesexpand_more
-
- Hemeroteca
- Quiénes somos
- Contacto
- Publicidad
- Aviso Legal
- Cookies
- Seguridad
- Protección de datos