En noviembre del pasado año, Julio Trujillo obtenía el VIII premio internacional Margarita Hierropor “Detrás de la ciudad y antes del cielo” (Pre-Textos. Valencia).Nacido en Ciudad de México en 1969, fue poeta, director editorial de la revista “Letras Libres”, de “Newsweek” en español y de la Dirección de Publicaciones de la Secretaría de Cultura en México. Desde que se iniciara en 1998 con “Una sangre”, hasta que publicase en 2021,“Jueves”, sumó una decena de poemarios. Tras su citado último galardón, se refrendaba la obra reflexiva, fragmentaria y refractante de un autor de anhelos y de sombras, de conciencia solidaria.

En noviembre del pasado año, Julio Trujillo obtenía el VIII premio internacional Margarita Hierropor “Detrás de la ciudad y antes del cielo” (Pre-Textos. Valencia).Nacido en Ciudad de México en 1969, fue poeta, director editorial de la revista “Letras Libres”, de “Newsweek” en español y de la Dirección de Publicaciones de la Secretaría de Cultura en México. Desde que se iniciara en 1998 con “Una sangre”, hasta que publicase en 2021,“Jueves”, sumó una decena de poemarios. Tras su citado último galardón, se refrendaba la obra reflexiva, fragmentaria y refractante de un autor de anhelos y de sombras, de conciencia solidaria.

A primeros de este 2025, fue hallado muerto en la localidad costera de Sennen, en el suroeste de Inglaterra, donde residía desde hacía tiempo. Estevolumen póstumo, pues, es testamento y confidencia de sus postreros latidos.

En estas páginas se adivinauna travesía interior por avenidas invisibles, donde los edificios se erigen como pensamientos sólidos y el firmamento es horizonte y promesa. Los treinta poemas aquí reunidos se leen como quien se interna en una niebla densa donde las palabras son faros breves, destellos en medio del concreto emocional. El yo lírico construye un territorio en el que el verso es un umbral: se pisa el asfalto de lo cotidiano, pero el eco de cada paso se disuelve en una dimensión más etérea, más próxima al abismo que al suelo: “Prisa, hay una prisa que no quiere ser domesticada, una vida que se gasta/ como un fósforo en atónitas miradas (…) Prisa, contra la muerte, prisa por verte como si estos años hubieran sido ayer”

Hay, también, en torno a estos cantos, una arquitectura de la soledad. La urbe no tiene dueño ni coordenadas, mas existe como un azogue quebrado: cada fragmento refleja una emoción distinta, un tiempo suspendido. "…El panorama a ciertas horas parece una abstracción/ un espejismo gélido..". No se describe un paisaje, sino un estado del alma: la realidad se funde con la percepción y el mundo exterior pareciera tornarse una proyección del vacío interior.

En su conjunto, Julio Trujillo no busca respuestas, sino grietas por donde mirar. Porque su voz contenida -casi como quien no quiere perturbar el silencio-, se acerca a la finitud sin estruendo. A sabiendas de su condición mortal, pretende nombrar las deshoras que se escapan al par de una lumbre poderosa, de una llama presentida y unánime: “Y llegó el día como siempre llega el día sin dar gritos ni notificar/ su maravilla, sólo llegó calladamente a iluminar el mundo una vez más/ y confundimos esa luz con la costumbre, y no nos dimos cuenta de que ardía/ todo el amor, todo el peligro…”.

“Detrás de la ciudad y antes del cielo” es un libro que no dice; sugiere.Es una ofrenda hecha con palabras que no piden comprensión, sino presencia. Es una lengua de símbolos, de reflejos en agua negra. Los mismos que hablan en el idioma de las hojas secas, de los semáforos rotos, de los ascensores que suben sin detenerse. Y el lector -como un pasajero insomne- es invitado a cruzar la metrópoli que habita entre la carne y la nube.