Ocho años después de su muerte, se reedita “Los perros románticos”, el poemario que Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953) pergeñara durante casi dos décadas -1980-1998-.
Publicado por Lumen en el año 200, la editorial Acantilado nos acerca nuevamente el personal universo de este autor de culto, que ha sido capaz de convertir en éxito todo cuanto escribió. Desde que en 1998 recibiera el premio “Herralde”, el “Rómulo Gallegos” y el del “Consejo del Libro de Chile”, por su novela “Los perros salvajes -además de un sinfín de excelentes críticas-, su nombre fue abriéndose hueco hasta alcanzar reconocimiento mundial.
Estos “perros románticos” que ladran al alba de su memoria y escuchan aún atentos los gloriosos ecos de su amo, están recubiertos por una piel áspera, que el lector acaricia con la certeza de estar ante un discurso confesional, de pleno desahogo: “En el camino de los perros, mi alma encontró/ a mi corazón. Destrozado, pero vivo,/ sucio, mal vestido y lleno de amor./ En el camino de los perros, allí donde no quiere ir nadie./ Un camino que sólo recorren los poetas/ cuando ya no les queda nada por hacer”.
Con un verso libre que renuncia a la musicalidad y que se articula con evidentes acentos narrativos, Bolaño va relatando episodios de su juventud, retratando imborrables compañías del ayer, memorando la impronta de los dos lugares que marcaron su vida, “el México de las soledades y los recuerdos/ el del metro nocturno y los cafés chinos/ el del amanecer y el del atole”; y la Barcelona que lo vio crecer literariamente, “la ciudad de las estelas y de las confidencias absolutamente gratuitas./ La ciudad de las genuflexiones y de los cordeles”.
Aunque fundador del infrarrealismo -un singular movimiento de inspiración dadaísta que postulaba el completo rechazo a los grandes escritores institucionales -Octavio Paz, p.ej,- y a los protegidos del régimen de Pinochet-, el escritor chileno fue apartándose poco a poco de aquellos experimentos de rebelde juventud y forjando una obra muy bien armada y sostenida. En ella, propone una forma de reinterpretar su experiencia vital en la que caben la verdad, la ficción, lo vivido, lo soñado…, y sobre todo lo irónico.
Pere Gimferrer afirma en su prefacio que “buena parte de los textos de Bolaño, en prosa o en verso, parecen -y son- una broma, pero una broma refinada y compleja, de significación polivalente, que puede desvelar el envés de los hechos y dejarnos súbitamente sobrecogidos”. Y así sucede, en efecto, en este libro, con poemas como “Autorretrato a los veinte años”, “La francesa”, “La visita al convaleciente”, “Mi vida en los tubos de supervivencia y “Musa”, un bellísimo texto por donde asoma redundante el amor: “Nunca te separes de mí./ Cuida mis pasos y los pasos/ de mi hijo Lautaro./ Déjame sentir la punta de tus dedos/ otra vez sobre mi espalda,/ empujándome, cuando todo esté oscuro,/ cuando todo esté perdido”.
Reconocido admirador de Juan Ramón y de Nicanor Parra, la lírica de Roberto Bolaño, plena de cromatismo, de solvente expresividad y luminosa adjetivación, merece ser tenida muy en cuenta. Y merece ser -también- muy leída.
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