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Notas de un lector

Con la verdad por bandera

Hay mucha lectura en un libro como éste: y no hablo de extensión, sino de profundidad

Escribo de Juan Gelman y de su “Poesía reunida” (Seix Barral. Los Tres Mundos. Barcelona, 2012) el 22 de diciembre, un día después del que, según las viejas predicciones mayas, debía extinguirse el mundo que habitamos (y crédulos ha habido que han aguardado, con resignación o con desespero, que el gran cataclismo se produjese).
Si me refiero a ello es porque me he detenido en una frase de Gelman, en la que el vate argentino afirma que “la poesía viene del fondo de los siglos y que ninguna catástrofe natural o de mano de hombre ha podido cortar su hilo poderoso: un hilo que nos une a todos y sólo se acabará cuando se acabe el mundo”. Lo que, según los actuales científicos va para muy largo: unos cinco mil millones de años, cuando el Sol se canse de serlo.

      No haya miedo, pues: la poesía pervivirá. De momento, dicho queda, tengo en mis manos toda la lírica de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) recogida en un volumen que supera las 1.300 páginas. Desde la aparición de “Violín y otras cuestiones”, que agrupaba su poesía escrita entre 1949 y 1956, Gelman ha conformado una obra amplia y sostenida, reconocida con los premios más importantes de nuestra lengua: el Nacional de su país (1997), el Cervantes (2007), pasando por el Juan Rulfo (2000) o el Reina Sofía (2005). Escribiendo sobre el quehacer del bonaerense, Mario Benedetti se detenía en estos versos del libro “Gotán” (1962): “Ni irse ni a quedarse a resistir/ aunque es seguro/ que habrá más pena y olvido”, y decía que ellos le bastaban para ganar “la modesta pero infrecuente gloria que es lograr… meter el corazón del lector en un puño, y luego abrirlo, despacito, para que el mundo vuelva a latir”.

     Resistir, dice Gelman. En una entrevista que, días atrás, le hacía Rodríguez Marcos en el diario “El País”, insistía: “La poesía, el arte, todo aquello que enriquece al ser humano, es una forma de resistencia”.
En su libro “Cólera buey” (1968), Gelman dejó escrito: “con los caballos de la palabra debo hacer un camino/ una dulce pradera donde las bestias se devoren los ojos/ y pájaros helados concurran con su fuego”… Ese juego de contrastes, sólito en un sector de su poesía, provoca un choque súbito, un estallido de corazón en guerra, que la signa y le altera su pulso, su pulsión aparentemente sosegada, pero siempre en hervor. (Con razón Cortázar hablaba de su “casi impensable ternura”).
Obsérvese, al mismo tiempo, cómo el primer verso citado, dice que “con los caballos de la palabra” debe hacer un camino, no recorrer un camino. Es como contemplar la poesía, y utilizarla, desde dentro de sí misma: palabra, pues, creadora, amén de valedora arma imprescindible de creación.

     Hay mucha lectura en un libro como éste: y no hablo de extensión, sino de profundidad. Más de medio siglo al pie de la poesía, con una entrega absoluta y la verdad por bandera, da mucho de sí. De él.

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