“La poesía es una herramienta para gestionar el dolor y la felicidad y, sobre todo sus vertientes ya domésticas, la tristeza y la alegría, una gestión de la que depende lo que se guarda de la vida pasada. Esta esencia es el objeto de los poemas de este libro”, afirma Joan Margariten el epílogo de su reciente entrega, “Se pierde la señal” (Visor. Madrid, 2013).
Quien haya seguido de cerca la obra del autor ilerdense -tal es el caso de quien esto escribe-, habrá podido comprobar que su verso se afana en profundizar en el misterio lírico con una dicción que ensancha la realidad y que al mismo tiempo hiere y sana al lector. La desolación y el consuelo han ido, sí, parejos a su proceso creador, y ambos vuelven, aquí y ahora, a ser protagonistas de una apuesta sincera y muy bien tramada.
Cuatro años después de publicar “Misteriosamente feliz”, llega este nuevo volumen, donde el peso de la memoria sigue siendo el hilo conductor de sus textos; si bien, las dolientes remembranzas (“Arropado en la cama me rodean/ la oscuridad, el silencio/ en los que ha terminado la guerra, y los confundo/ con el silencio y la oscuridad/ de la Noche de Reyes”) parecen dejar paso a un tiempo de plenitud donde lo ido y lo vivido han servido de sabio aprendizaje para abordar el resto de los días por venir: “No estoy cansado de vivir: lo estoy/ de tantas voces que a mi alrededor/ resuenan huecas./ Pero sé dónde sigue la alegría”.
El inquietante y complejo espacio de su infancia, los duros años de la postguerra, el miedo y la desolación por la muerte de su hija Joana, el pálpito inolvidable de la familia, la dicotomía del que ha crecido como arquitecto y poeta (“Con mis tijeras oxidadas/ para cortar palabras como rosas/ necesité buscar agujeros de tiempo./ Los encontraba en bares suburbiales/ después de las visitas a las obras”)…, van conformando esta orografía pretérita y futura, que tiene mucho de existencial desahogo, de honda reflexión, de almada tristura, de feraz esperanza: “Hoy, para no perderte, no necesito ya/ cerrar el puño con aquella fuerza/ que lo cerré a tu muerte./ Pero sucederá, y será un día/ de mucho viento cuando suelte el hilo/ de tu cometa, Joana”.
Un sobrio y confesional calidoscopio, pues,por el que asoma un escritor de íntimo aliento, de crecido humanismo, que torna cómplices su verbo y su testimonio.
No se pierde la señal de estos versos, pues en la proximidad y amparo que producen su lectura, radica su mejor virtud. Versos para leer despacio, para releer “en los ojos del otro” y con los que celebrar la poesía límpida y emotiva: “Mi miedo y tu confianza presintieron/ muy de cerca la presencia del mañana,/ este ángel que siempre nos acoge/ en la más honda oscuridad./ Ahora, en la noche, está también aquí,/ mientras tú duermes a mi lado./ Y es la misma sombra: la del ángel”.