Ese animal que llora sus criaturas

Publicado: 27/12/2013
Quirarte tiene en su haber una amplia obra ensayística y narrativa. Y poética, la cual iniciara en el año 1979 con Vencer la blancura, galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandinode México.
Semanas atrás, reseñaba desde este mismo espacio, “Hacia el mediodía”, último poemario del escritor mexicano Alberto Blanco, editado por Pre-Textos. Y del también mexicano Vicente Quirarte (1954), acaba de ver la luz, en el mismo sello, “Esa cosa tan de siempre”.Miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española, Quirarte tiene en su haber una amplia obra ensayística y narrativa. Y poética, la cual iniciara en el año 1979 con Vencer la blancura, galardonado con el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandinode México.

     Este volumen de reciente aparición, es una intensa y pausada elegía que memora la pérdida de un trío de familiares muy cercanos. Dividido en tres apartados, “Razones del samurai” es la sección que sirve de pórtico y que relata el dolor por el trágico adiós paterno: “¿Qué pensaste -carajo-, qué sentiste,/ al volar por segundos, convencido/ de que abajo la red no te esperaba?”.
En ese diálogo utópico que el yo poético establece con los seres idos, hay un evidente afán de rescatar del ayer, imágenes, instantes, enigmas…, que den razón de ser a un drama personal que va más allá de cuanto dicta la condición finita del hombre. Por eso, el vate mexicano, busca en sus adentros no sólo respuestas, sino también consuelo: “Y no olvido que hablo de la muerte/ como un niño que burla a un toro ciego./ Al hallar las palabras que te buscan,/ la verdad es que hablo de lo mío”.

     Su segunda parte, “Sarabanda con perros amarillos”, se abre con una reveladora cita: “A las alas de mi hermano Ignacio”. De nuevo, el aroma del adiós tras un doliente suicidio,se asoma por entre estos versos transidos de tristura: “Hoy que eres el muerto/ y no estás para cuidarnos,/ otros son los fantasmas”. A sabiendas de que “el hombre,/ ese animal que llora sus criaturas”, guarda en su memoria tantos retazos del ayer, Vicente Quirarte extrae de su conciencia momentos que ayudan a superar la desolación, y recupera para sí -y para el lector- fotogramas evocadores de la niñez. Un tiempo que, aun siendo complejo, sostuvo la imborrable complicidad fraternal: “Nuestra infancia. Ese país lejano/ donde vuelvo a buscarte”.

     “El mar del otro lado” sirve como cierre de este conmovedor volumen. En él, la remembranza de la figura de la madre cobra significativo protagonismo y abraza con verbo cálido tantos episodios compartidos. Cualquier aspecto cotidiano -una merienda, una melodía, una excursión…-, se convierten en motivo de profundo agradecimiento filial por haber celebrado tan vívidamente el amor y la dicha: “Mamá se llama Luz,/ desnuda de María,/ Luz poderosa y blanca y siempre niña”. Una luz que, al cabo, no se apaga, sino que se mantiene alta y llameante, muy cerca del corazón del poeta: “De no ser esta ausencia/ maduración y despertar de los sentidos,/ el mundo sería sin ti./ Pero tú lo iluminas todavía”.

     Poemario, sí, elegíaco y turbador, donde resuenan las notas de un himno de muertes, mas ejemplar en cuanto de autenticidad reclama la buena y pura poesía, que late eterna “como caricia sabia, profunda, permanente”.

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