La alarma saltaba el pasado 23 de abril cuando suspendía el concierto programado para el 30 de ese mes en Almería después de ser hospitalizado de urgencia aquejado de una neumonía aguda.
El martes se puso punto final a esa biografía llena de experiencia y de memoria en color y en blanco y negro que ha nutrido todos los temas de sus canciones, de sus poemas, porque él no hacía canciones: él adaptaba la música a sus poemas, a sus letras.
Poemas y letras que Antonio Vega construía con el material de su vida, de su propia biografía, con la belleza nostálgica de una verdad lograda a costa de vivir intensamente, de haber amado y sufrido; de haber visitado el infierno, y de haber visto cómo se iban sus amigos y seres más amados, como su última compañera, Marga de Río, fallecida en 2004 y a quien conoció cuando grababa Anatomía de una ola en 1998.
Cuando Marga murió, le dedicó su álbum 3.000 noches con Marga, editado en 2005. Y ese dolor se tradujo, por ejemplo, en Te espero.
“Te espero porque volverás, tal vez me dé la vuelta un día y estés tú detrás. Te espero porque se quedó en el tintero la promesa de un mundo mejor. Y yo ...te espero”.
Antonio Vega, que comenzó en 1978 con Nacha Pop, junto a su primo Nacho García Vega, Carlos Brooking y el batería Ñete, y que luego comenzaría su andadura en solitario, hasta que se volvieron a reencontrar en 2007, fue un icono de la modernidad en los ochenta, los años de la movida, pero en realidad él estaba fuera de modas.
“Mis canciones nacen de mi biografía personal”, recalcaba. “No sigo el panorama de la música actual, ni estoy al corriente de nuevos grupos o tendencias”, dijo en 2002, y a todo eso hay que añadir su especial mirada para ver el mundo.
Así, “ese chico tan triste y solitario” deja temas tan emblemáticos como La chica de ayer, que sonaba de madrugada en los 80 en todos los locales de moda: “Un día cualquiera no sabes qué hora es/ te acuestas a mi lado sin saber por qué/ las calles mojadas te han visto crecer/ y tú en tu corazón estás llorando otra vez...”.
Una letra que le inspiró el Mediterráneo, otra de las pasiones del cantautor. Y es que Antonio Vega necesitaba luz y calor para sus claroscuros, y de ahí Anatomía de una ola, que escribió en 1998 y que reflejaba un momento optimista del autor: “Hoy, de navegar y descubrir/ el sabor a sal del mar, en la cresta de qué ola/ dejé mi silla de montar”.
Pero una de sus letras más simbólicas y más visitadas en internet, y que ya quedará como “canción de culto”, del álbum No me iré mañana, es Se dejaba llevar por ti, donde dice: “Azul, líneas en el mar, que profundo/ y sin domar acaricia una verdad. Eh, tú, no pienses más,/ o te largas de una vez o no vuelvas nunca hacia atrás”.
El sitio de mi recreo es otra de las letras más bellas escritas por Antonio Vega, del álbum del mismo nombre, de 1992. Un poema que comienza diciendo: “Donde nos llevó la imaginación, donde con los ojos cerrados, se divisan infinitos campos. Donde se creó la primera luz, junto a la semilla de cielo azul, volveré a ese lugar donde nací, y concluye: hay fuego, hay deseo. Ahí donde me recreo”.
Una letra final que es toda una declaración de intenciones para alguien que, aunque de aspecto frágil y taciturno, como el compositor Antonio Vega, se quemó por vivir y desear.
SUS AMIGOS Y FANS PODRÁN DESPEDIRLE EN LA SEDE DE LA SGAE
Antonio Vega, un “chico triste y solitario”, como todo mito que se precie, ha dejado joven el mundo de los mortales para convertirse en un mito del olimpo hispano.
El miércoles, poco después de mediodía, el Palacio de Longoria, sede madrileña de la SGAE, se convirtió en templo para que todos sus seguidores y amigos le dieran un último adiós al autor de piezas también inmortales, como La chica de ayer o Una décima de segundo, que como bien dice uno de ellos, Pau Donés, de Jarabe de Palo, “forman parte de su legado”.
Será el jueves cuando Antonio Vega será incinerado en el Cementerio de la Almudena.