Detrás de los nombres, detrás de las barras. Personas

Publicado: 31/07/2024
Autor

Andi Koetxea

He publicado los libros “Huelva choquera y tabernera” (2021) y “Sevilla, la ilustre taberna” (2023), "Huelva choquera y tabernera II volumen" (2024) y "El Rompido 77. Los niños salvajes" (2024). Los bares y las tascas son la excusa perfecta para sumergirme en la antropología de la vida cotidiana

Querida taberna

Cerca del mostrador de bares y tabernas pasan cosas, y algunas muy curiosas. Este blog atrapa al vuelo esos sucedidos para que caigan en buenas manos

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¿El bar Carlitos, por favor?... Venimos con recomendación de altura buscando un lugar de los que hay que visitar, que se acaban, ¡que nos los quitan de las mano
- ¿El bar Carlitos, por favor?

Venimos con recomendación de altura buscando un lugar de los que hay que visitar, que se acaban, ¡que nos los quitan de las manos!

- Será Carlillos.

- Ah, pues será.

Avanzamos. Otro transeúnte que se refugia en la sombra.

- ¿El bar Carlillos, por favor?

- Será Carlitos.

- Ah, pues sí, será ese.

Por aquí, por allá, a la izquierda torciendo pa'trás.



Mejor andando. Aparcamos al sol de la canícula. Llegamos enseguidita. Estamos en un alto. En un alcor. Al final de la calle se ven los campos de secano agostados.

El bar de Carlos. Carlitos, Carlillos. No parece importante un nombre u otro. Es el bar de todos. Hoy lo lleva, tras décadas, Manuel. Entramos y el fresquito que da el ventilador no parece ni propio. La helada Cruzcampo ayuda, no voy a decir que no. Los vasos glaciales gritan que sí, que hay que bebérsela disfrutando, exhalando después.

Queremos tapas, pero se me va de la cabeza la breve relación porque la última nubla el entendimiento. Caracoles a final de temporada y deliciosos."Las cosas to a su tiempo. Estos me parece que van a ser los últimos. Ya la gente no los pide igual".

El hombre, Manuel, es muy solícito. En este momento tiene una clientela exclusivamente masculina, con gorras con visera y camisas de cuadros. Uniforme, a buen seguro, del que no pueden prescindir. Canal Sur es la emisora de televisión de referencia.

Un hombre entra con andador. Da buena cuenta de unas habas enzapatás. Proclama, asentándose en la barra, "he venío aquí a convidá a lo´amigo”. Otro pide, que viene agobiado de calor, “una ejita”. La versión más reducida. El minimalismo para pedir una rubia. La tasca en estado puro.



Mi hija y yo damos buena cuenta de los moluscos gasterópodos. Pronto marchamos y aprovecho en la despedida para charlar con Manuel. Manolo, me contradice él. Le digo que me mandan mis amigos, que vienen mucho aquí. “¡Claro! Y las hermanas de ella”, añade él con una gran sonrisa.

Le pido hacerle una foto y se presta sin rechistar. Se abrocha el penúltimo botón. Entiendo que como debe ser. Sonríe.

Me dice que ya le queda un año. Que esto es duro y que ya se merece un descanso."No tengo vihto na, no tengo disfrutao na. Na ma que lo'hospitale. A Huelva se va na ma que a lo'hospitale".

Le comprendo, pero le cuestiono, inquieto, sobre la continuidad del lugar. No quiere ser muy explícito ni concluyente. Me huele mal. Le comprendo, por supuesto que sí. Pero vaya coraje.



Nos vamos de Villalba del Alcor. Un pueblo hermoso, reventando de blancor y con unos hermosos monumentos de ladrillo árabe. Tras la última noticia, ahora aún más, habrá que volver.

Y es la verdad, porque no tardamos ni una semana. Mónica y yo vamos con nuestros amigos Luichi y Marisol y nos pegamos un gran homenaje. Venimos a por todas y eso incluye un tapeo de impresión con un tomatito rajao para perder el sentío, unas habas enzapatá, un surtido ibérico que incluye chorizo blanco, chorizo rojo, panceta (tocino veteado) con la que nos hacemos unos distraídos (o despistados) de campeonato. Con ello rememoramos los buenos tiempos de mochila y tienda, de Galaroza y su bar La Fuente… nos acompaña Nicolás, el padre de Marisol, que está feliz de estar con su hija y de este ratito.

Manolo nos atiende con la prestancia y precisión con la que acostumbra a llevar la taberna, aunque se ponga de bote en bote a partir del mediodía. Acaban de sonar las campanas de misa.

Mónica indaga sobre una amiga que hizo en la olimpiada matemática Thales… Manolo nos pone al tanto de las vicisitudes de la vida de la mujer en las últimas décadas. Por lo que cuenta es maestra. “La familia tenía una tienda, una tienda de pueblo”. Con esta última frase sucinta nos dice mucho sin necesidad de decir más. También nos indica cómo la casa la tiraron y la hicieron de nuevo. “Si coges por detrás de las campanas te pilla así de frente”.



Hoy se da que tenemos la oportunidad de conocer a Carlos. El Carlos del bar de Carlitos. El que regentó la taberna desde 1960 y ahora está a punto de cumplir los setenta y nueve años. Es un hombre alegre y de conversación fácil y chispeante. Le acompaña su hijo, que es concejal del pueblo, y posan solícitos como colofón de la charla echada.

Caen cañas, unas cuantas. Nos alargamos más de lo previsto porque qué bien que se está aquí. En ello ayuda una máxima fundamental. “Siempre la penúltima. Eso me lo has enseñado tú”, le dice Marisol a su padre, Nicolás. “Porque nunca se sabe”.

Como un parroquiano intuye que puede ser, que a lo mejor… que él sabe de estas cosas… intenta echar un capote: “aquí al lao hay una jigüeramu buena pa dormí la siesta”. Seguro que así es. Y así se desenvuelven las conversaciones dándose calor humano, pero refugiados del calor mitológico que hace fuera.

Para remate de esta excelsa visita, Manolo nos obsequia con tomillo en cantidad. Es como un arrebato y ya tenemos una gran bolsa con la hierba en las manos. Habrá que repartir y hacer buenos guisos.



Aunque se le nota contento y metido, satisfecho, en el trajín de su día a día, hay un momento en el que su sonrisa habitual se tuerce en un gesto diferente. Más sombrío. “Se sufre mucho, que hay de to. He prestao dinero, he prestao tabaco y ahora ni entran ni me hablan”. Estar en primera línea es lo que tiene, que a veces te dan los tiros sin comerlo ni beberlo.

Hay que marchar. Llega esa coyuntura esquivada hasta que no se puede más. Cuando terminamos el generoso tapeo lo rematamos con una visita al garaje de enfrente. Un lugar para seguir disfrutando. Donde la huerta de los dueños nos permite aprovisionarnos de melones, calabacines, pimientos, patatas… buen precio y una presencia que augura los sabores que esta misma noche disfrutaremos.

Aparece, cómo no, la palabra de rigor: volveremos. Porque a Villalba del Alcor hay que volver. Sus gentes y su buen comer son el imán al que gusta dejarse atraer.

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