El bien o el mal, la izquierda o la derecha, azul o rojo (o rosa, o morado, según el caso), Madrid o Barcelona, Cádiz o Sevilla, blanco o negro, cal o arena... Desde siempre se ha utilizado la dicotomía para simplificar las opciones de elección o para plantear una falaz obligación de elegir, de tomar partido. Precisamente bajo otra dicotomía falaz: conmigo o contra mí.
Del mismo modo, la manipulación de esto que acabo de decir lleva a otro vicio simplista, a tratar de reducir al máximo las opciones a analizar a la hora de elegir, de decidir, de opinar o de sacar una conclusión: la equidistancia. Es decir, poner al mismo nivel las dos opciones entre las que se supone que debíamos elegir. Esa equidistancia nos permite ahorrarnos el análisis si el asunto no nos interesa o si nos resulta demasiado complejo. O la que permite adoptar una apariencia neutral y moderada a la hora de resolver, precisamente, una dicotomía.
Sin embargo, entre dicotomía o equidistancia, existe una tercera opción: la neutralidad. Básicamente consiste en no tomar partido, por desconocimiento, desinterés o indecisión, por ninguna de las opciones. Por ejemplo, si el país A está en guerra con el país B, podemos tomar partido por uno de ellos, afirmar que los dos están cometiendo atrocidades o podemos tomar partido por uno de ellos, afirmar que los dos están cometiendo atrocidades o adoptar la postura neutral: no conozco la situación, no sé quién debería ganar o perder, sólo sé que quiero que acabe ya. Adoptar la postura neutral: no conozco la situación, no sé quién debería ganar o perder, sólo sé que quiero que acabe ya.
La dicotomía, a menudo, lleva implícita una falacia que consiste en ignorar otras opciones: si hemos de elegir entre el Real Madrid o el FC Barcelona, estamos pasando por alto al Atleti, a la Real Sociedad y a cualquiera de los otros dieciocho equipos que componen la Liga de Primera División. Pero, tomando esa falacia por buena, podemos ser equidistantes y afirmar que los dos son grandes equipos, cuentan con presupuestos mastodónticos y suelen ser favorecidos por el arbitraje y los estamentos deportivos. También se puede ser neutral, como es mi caso: yo soy del San Fernando CD. También podría ser que no me gustase el fútbol.
Donde la dicotomía nos permite ignorar un número n de posibilidades, la equidistancia nos permite desentendernos (“los dos bandos mataron en la Guerra Civil”) o tomar una posición ignorando variables que habría que tener en cuenta. Por ejemplo, cuando la autodenominada Junta Democrática vende un discurso de abstención electoral, parece neutra animando a que nadie vote. Sin embargo, lo hacen ocultándote que sólo desmovilizan una parte del electorado porque otras votan en masa: el efecto de esa equidistancia es que una opción concreta pueda ganar las elecciones. Otro ejemplo, actual, es el empeño en disfrazar de guerra un genocidio y poner al mismo nivel a agresores y agredidos: unos dirán que Israel se defiende tras el atentado terrorista de Hamas. La realidad es que Israel lleva décadas agrediendo a Palestina y, cuando esta se defiende, lo llamamos terrorismo. En mi opinión, la neutralidad no cabe en este conflicto y lo que debe evitarse es la equidistancia.
En una cita que tuve, se planteó una dicotomía: la persona con quien quedaba me planteó ir de cena o al cine. Lejos de optar por una de las dos opciones, respondí que elegir es renunciar. Fui equidistante (“las dos son buenas opciones”) y neutral (“podemos hacer ambas cosas”). La cita fue un éxito. Otros contextos no ofrecen esa posibilidad.