No son pocas las veces que he mencionado que me encantaría hablar de libros, de música y de cine sin tener otros temas que me preocupen. No obstante, me puede la conciencia: la de clase (obrera, por supuesto), la del mundo que estamos dejando a las nuevas generaciones... y, ahora que empezamos la Semana Santa, el Via Crucis que se vislumbra en el horizonte.
No pintan bien las cosas, qué quieren que les diga, cuando hace dos años que un maldito ruso loco empezó a agitar el avispero invadiendo el territorio ajeno. Ucrania, sin saberlo, puede haberse convertido en la espoleta que haga estallar la Tercera Guerra Mundial ante el
venirse arriba de Putin, las consecuencias económicas a nivel global de esa guerra y los posicionamientos estratégicos de distintos dirigentes. Quizá el mundo no participe en este conflicto con soldados y trincheras (con armas sí y a un
módico precio), pero sí están tomando parte de una macabra partida de ajedrez que conformará los ejes al estilo de mediados del siglo pasado.
Desde hace año y medio, ese mismo mundo por el que temo se puso de perfil ante el genocidio sionista en Palestina. Con la justificación de un atentado de Hamas que genera demasiadas sospechas (que el MOSAD no se enterase resulta raro), Netanyahu está acometiendo un exterminio de la legítima población de Gaza y Cisjordania; el
estado sucursal de Estados Unidos en Oriente Medio está repitiendo lo que la Alemania nazi pretendió hacer con los judíos alemanes, con la diferencia de que no llevan a nadie a un campo de concentración. Israel ha optado por convertir en uno de ellos el territorio palestino. De hecho, no niego que tiene su mérito cómo se han apoderado del relato: han conseguido que el mundo les justifique con el
terrorismo de Hamás mientras se obvian más de seis décadas de terrorismo israelí en los territorios okupados (sí, con
k).
Si no estaba ya la cosa bastante movida, ahí tenemos a Trump en el despacho oval. Un tipo que demuestra lo tóxico que puede resultar un exceso de testosterona: sus aranceles, nocivos para las economías del mundo incluida la suya, le sirven ahora para afirmar que los países suplican negociar con él (algo así como exponer una supuesta humillación hacia ellos, un
aquí mandan mis cojones); su intento de «hacer América grande de nuevo» no es más que proyectar una imagen de superioridad del país ante el mundo pese a un inminente descalabro económico. Eso, sumado a intentar apropiarse de territorios ucranianos y convertir Gaza en el Marina D'Or
yankee, es la prueba de que votar al más tonto de la clase como delegado tenía su gracia pero darle a un empresario psicópata el gobierno más poderoso del mundo es pasarse.
Así podríamos seguir, repasando desgracias, hasta completar las catorce estaciones del Via Crucis o todas las cuentas del Rosario, con letanías y todo. No sé qué solución podría tener todo esto, veo la cosa complicada. Vivimos en un mundo donde es fácil ganar la voluntad y el voto apelando a la víscera y no a la razón; un mundo que teme a la Inteligencia Artificial, pero no a otro invento más peligroso y que mata mucho más como es la economía (otro día hablaremos de ello más detenidamente); un mundo donde el odio a emponzoñado cualquier atisbo de humanidad. Así que, para terminar, quisiera desear que no llueva esta Semana Santa: así, los ateos podrán irse de camping, los cofrades podrán disfrutar de su semana grande y podremos darnos un gustazo antes de que el mundo enfile camino hacia su verdadero Gólgota: a este ritmo, quién sabe si en el futuro nos quedará un mundo donde volver a hacerlo.