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Desde el campanario

Aclarando dudas

Yo dudo de esos gobernantes que niegan la aprobación de la eutanasia argumentando fulleras razones de moralidad y de derecho a la vida

Publicado: 13/04/2025 ·
14:45
· Actualizado: 13/04/2025 · 14:45
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Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Los años no resuelven las dudas. Al menos no todas. Esto es algo que asimilé antes de que asomaran las primeras canas y que me llevó al convencimiento de que nadie se despide de este mundo licenciado en dudología.

Yo dudo de muchas cosas. A veces -pocas- consigo despejarlas, pero la mayoría temo que me acompañarán hasta el final del trayecto. Algunas no me preocupan y otras las tengo asumidas, pero hay varias que me perturban como humano manifiesto. Entre ellas se me muestra esta que quisiera compartir con todos, por si alguien tiene una buena linterna que la ilumine. Ahí va. Se llama vida y el diccionario de la Real Academia la contempla en su primera acepción como: Fuerza o actividad esencial mediante la que obra el ser que la posee.

Yo dudo que esta definición pueda aplicarse a la postración incurable, progresiva y mortal de un ser humano, como consecuencia de cualquier accidente o enfermedad de efectos irreversibles,

Vivir es el derecho razonable a disfrutar y padecer conscientemente todo aquello que la existencia nos depare y que afecte a nuestros sentimientos, positiva o negativamente. Por tanto, no entiendo como explicación de vida, la contemplación de una persona confinada en un lecho hospitalario, asediada por tubos y dispositivos obstinados en hacer latir un corazón que jamás volverá a excitarse con la dulce sensación de un beso cariñoso o la reconfortante emoción de un cálido abrazo.

Yo dudo que los medios que dispone la medicina en nuestros días estén concebidos originalmente para mantenernos respirando a toda costa conscientes de una realidad inalterable, que en el mejor de los casos someta el sufrimiento de familiares y amigos a extremos insoportables. Más bien pienso que la investigación científica se esfuerza en avanzar día a día para superar situaciones patológicas transitorias que restablezcan al paciente la salud deseada en cada caso.

Yo dudo que nadie en su sano juicio acepte un estado de vida vegetativa sin ver discurrir la travesía del almanaque, inmerso en un sueño oscuro que lo único que lo diferencia de la muerte real es la presencia de un coche fúnebre y el trance habitual de un duelo familiar y un nicho o un crematorio. Me duelen los oídos de escuchar a la gente decir que para llegar a los ochenta años dependiendo de unas manos que te alimenten, que te laven y que te vistan, mejor poner fin a una historia que lo que depara a partir de entonces solo es amargura y sufrimiento. ¿Quién no ha presenciado e incluso participado de coloquios familiares en los pasillos de cualquier hospital pidiendo a dios la muerte del ser querido ante el diagnóstico desahuciado de los médicos que decretan el padecimiento de ese padre, madre o hermano como trágico, prolongado y determinante? Me resulta muy familiar también haber escuchado decir a los demás a la hora del óbito de un desahuciado ¡por fin descansó!

Yo dudo de esos gobernantes que niegan la aprobación de la eutanasia argumentando fulleras razones de moralidad y de derecho a la vida, cuando con una estilográfica de plumín dorado decretan sobre mesas de caoba, acomodados en asientos mullidos, acuerdos que harán perder esa vida que tanto defienden a centenares de miles de personas en todo el mundo tras haberse autoproclamado jueces y verdugos de quienes repudian su arrogancia. No es necesario detallar ejemplo alguno. Creo que no puede concebirse mayor hipocresía.

Yo dudo que la oposición obstinada al derecho a una muerte digna por parte de la iglesia, esté fundamentada en la creencia dogmática de que solo dios da y quita la vida. Vistos los antecedentes históricos del catolicismo, estos argumentos se me antojan cuanto menos de una justificación inconsistente. A ellos les diré, por último, que también dudo mucho que un Dios amoroso que da y quita vida terrenal, permita expresamente la cruel agonía de quien ya no vive sino vegeta. ¿Quién es el hombre para interferir en el deseo divino de una muerte supuestamente programada por los designios celestiales?

Los verdaderos católicos practicantes podrían clarificar esta disyuntiva dirigiéndose a ese dios omnipotente a través de la oración y la meditación, para tratar de conseguir conocer su voluntad y adquirir fuerzas para cumplirla. Estoy seguro de que ese ser supremo aprobará la intervención de la ciencia para abreviar un padecimiento tan innecesario como compasivo.

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