Cada vez que nos asomamos a la tapia del manicomio, terminamos mosqueándonos. Vemos a los pobrecitos conductores dando infinitas vueltas para aparcar su coche. Misión imposible. A vista de pájaro deben verse las ciudades como banderas con mucho orgullo de tanto aparcamiento pintarrajeado, limitado y controlado por las autoridades, que por supuesto disponen de un sitio privilegiado. Observamos un interminable arco iris de colores en las aceras, que está pregonando que en el azul hay que apoquinar según el tiempo y no te pases, que el amarillo es color y terreno maldito, que el verde, que te quiero verde, existe para que los residentes no cojan el sueño y paguen, que los no residentes también pagarán, pero estando poquito tiempo que el negocio es el negocio, que el naranja valenciano luce también pagando y presentando más papeles que la UCO, que en el rojo es una locura aparcar, si no tienes un permiso especial… Vengan colores. Muchos parkímetros alquilan un lugar a precio de oro, y, como han cogido la matrícula, ningún otro coche podrá aparcar ahí, y, si te vas sin consumir el tiempo que has pagado religiosamente y quieres regalar tu ticket a cualquiera, se lo alquilan a otro sin tu permiso, con lo que el robo es doble y evidente. Menos mal que los aparcamientos gratuitos son pequeños oasis en el desierto abusivo de los colores. Pero se echan de menos aquellas aceras normales, sin pintura, sin más maquillaje que el suyo natural de mujer sencilla. El concepto de millonario ha cambiado. Hoy, el millonario es el que tiene un cochecito y va regando obligatoriamente y a la fuerza su dinero. Y las autoridades han pensado que hay que ir a por él, porque es una fuente de ingresos segura y permanente. La excusa es que a los coches hay que darles movimiento y que es por el bien de los ciudadanos. Es complicado demostrar más cinismo e hipocresía. Y vengan más zonas azules, verdes, rosas, naranjas, amarillas... Además, todos los días aparece un radar nuevo dispuesto a crucificar. Y los Ayuntamientos, que son más listos que Ábalos, han visto también en este tema un fantástico filón. Tratan como auténticos millonarios a los que tienen un coche para la batalla de todos los días. Desde que compran el carro, como dicen los argentinos, todo se convierte en una sangría: gasolina por las nubes, el aceite, el taller, los peajes, el impuesto de circulación, la ITV con el sellito, la velocidad controlada a base de multas, los parquímetros, la madre que los parió… Y por si faltara poco, el gran invento de nuestros queridos ayuntamientos: los colores para aparcar. Hubo un tiempo, en el que llegabas a un sitio y te buscabas la vida, pero aparcabas. Ahora, si circulas, pagas, y si no circulas, también. Y encima, si eres daltónico, vas apañado. Aquí todo el mundo mama, menos el presunto millonario. El Ayuntamiento coge muy buenos dineritos de la empresa de los colores, la empresa es insaciable y poco a poco va extendiendo sus garras por donde ve posibilidad de sangrar, los parkings privados se están poniendo de diamante, los controladores de los aparcamientos tienen su sueldo, y hasta los gorrillas se apuntan a la crucifixión. Y como siempre, los paganinis de todo este tinglado son los presuntos millonarios por tener un cochecito. Pues bien, los locos garantizamos que en las elecciones municipales, el partido que prometa eliminar todos los colores menos el rojo para las mercancías y el de los minusválidos, las gana de calle. No va a tener que poner nada más en los programas. El lema está clarísimo: COLORÍN-COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO.
El Loco de la salina
Los presuntos millonarios
Es complicado demostrar más cinismo e hipocresía. Y vengan más zonas azules, verdes, rosas, naranjas, amarillas...

Paco Melero
Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.
El Loco de la salina
Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein
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