Tiempo de vivir

Publicado: 06/07/2025
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

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No podemos aprender sin las mil y una circunstancias de aciertos y errores, de monotonías, de repeticiones, de dudas, de desánimos, de alegría y de dolor
Cuando digo tiempo, no me refiero a la climatología. No. A eso que se dediquen los meteorólogos que son los que saben. Aunque a veces a la madre naturaleza le da por hacer de las suyas y adiós a tanta profecía.

Me quiero referir al tiempo físico. A eso que nos emperramos en controlar con máquinas para medirlo, mientras se nos agota irremisiblemente sin darnos cuenta que es la propia vida la que se esfuma con su paso.

Desde que adquirimos uso de razón, no se por qué, intentamos subirnos un peldaño más allá del rellano de la edad en la que nos encontramos, de forma que de niños suspiramos por ser adolescentes, de adolescentes nos impacientamos por llegar a adultos, y de adultos ansiamos la jubilación para dejar de soportar al negrero. Así, en un irreflexivo deseo de futuro, seguimos engañándonos hasta que un buen día, plantados ya en los cuarenta, echamos el freno de mano, miramos atrás y nos decimos ¿a qué viene tanta prisa?  Pero, amigo; ya es tarde. Tempus fugit. Popular vocablo latino que, como toda frase con valor universal, retrata una radical vivencia del ser humano.

El tiempo enmarca nuestras vidas, amplía el presente, acorta el futuro, empequeñece nuestra acción y sitúa al hombre en su verdadera dimensión. Es el protagonista de las vidas de los seres humanos. A veces inconscientemente, otras con evidencia personal e íntima. Es una vivencia a la que nos gustaría coger, detener o dejar escapar a nuestro antojo, pero la realidad es que fluye sin parar y por eso huye de nuestra manipulación. El tiempo es nuestra frontera y nuestro presente. No hay reloj de sol, de arena, mecánico o digital, capaz de controlar la temporización de los acontecimientos. Todo necesita un tiempo. Para todo hay un tiempo -nos decimos-

Qué verdad es pero, cuánto tardamos en darnos cuenta de ello. No podemos aprender sin las mil y una circunstancias de aciertos y errores, de monotonías, de repeticiones, de dudas, de desánimos, de alegría y de dolor. De convivencias en el transcurrir lento o rápido que nos ofrece el tiempo. 

Nos pasamos la vida esperando que pase y lleguen los momentos que deseamos. Aquí está el error, porque pasar es perder tiempo, es acabar etapas, es soñar con un futuro incierto, es olvidar el momento actual despreciando lo único que en realidad poseemos. 

Pero también aquí descansa nuestra riqueza, porque lograr, llegar a ser, caminar, comenzar y terminar, es la esencia de la vida humana. Eso que sólo la madurez nos enseña eficazmente, porque antes, aunque lo sabemos, no nos afecta demasiado debido al vértigo de la juventud y a los propósitos de conseguir una meta a veces inalcanzable.

Se nos escapa el tiempo. Pero si lo vivimos sin demasiadas añoranzas, sin excesivas prisas y sentimos hondamente el valor de lo que vivimos, la vida no se nos escapará de igual manera que al apresurado y al inconsciente, porque habremos aprendido a gozar del momento o a sufrir con cierta calma los avatares del tiempo. Lo que es igual, a vivir la vida con intensidad.

El tiempo es el instrumento necesario para llegar a ser, para encontrarse con uno mismo y dar la importancia debida a las cosas, para poder ir encajando esa sabiduría que dan los años y que permanece en la intimidad de la persona, pues es incomunicable. Tantos momentos de leer, de escribir, de meditar, de orar, de conversar, de conocer y querer a los tuyos a pesar de las limitaciones de todos, son un maravilloso gozo, y la composición de un continuo y eterno poema.

Por eso reflexionar sobre el tiempo no es algo triste o melancólico. Es advertir saboreando los buenos y malos momentos de los que hemos aprendido tanto y, también, por los que llegamos a lograr la serenidad y la aceptación de uno mismo y de los demás, a pesar de todo.

Si no cuidamos y valoramos esta experiencia, estamos perdiendo el tiempo.

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