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San Fernando

“La cultura no da dinero pero le da prestigio a una ciudad”

Isabel González César, cariñosamente conocida como Isabel de Cultura, conoce mejor que nadie lo que ha sido la actividad cultural en La Isla en los últimos 30 años hasta que se jubiló el pasado 31 de diciembre.

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Nadie mejor que ella para hacer unan semblanza de lo que ha sido la actividad cultural de San Fernando en los últimos treinta años, hasta su jubilación el 31 de diciembre del año pasado. Inicialmente adscrita a Patrimonio, donde llegó a conocerse todos los expedientes y resumirlos para acelerar el trabajo de los técnicos superiores, Isabel González César, Isabel de Cultura, es consciente de lo que se ha perdido por el camino y de que el mundo político y el mundo cultural no están unidos por los mismos intereses.

En Patrimonio, su meticulosidad y dedicación, la dependencia que creó de sus dotes organizativas le grangearon el nombre de Doña Patrimonio, bautizada así por José María Hurtado Egea, ya fallecido, también funcionario municipal y merecedor de haber figurado entre los cronistas de San Fernando.

En Cultura es todo un símbolo desde que entró en el Ayuntamiento, cuando no existía una Fundación sino una simple delegación, lo que está llamada a ser la figura administrativa todavía en vigor para adaptarse a los tiempos actuales en los que además de faltar dinero, faltan otras cosas necesarias para conseguir lo que se conseguía con poco.

Aquella delegación  de Cultura, con José González Barba al frente como director y con Isabel González como único apoyo funcionarial, fue la artífice de muchos de los hitos culturales de La Isla, envidiados por otras poblaciones por el prestigio alcanzado y que hoy se cuentan como cadáveres del pasado.

Dos personas -González Barba e Isabel- eran capaces no sólo de poner en marcha nuevos desafíos en tiempos del socialista Ramon Natera como delegado de Cultura, sino de coordinar la actividad cultural de la ciudad entonces -todo hay que decirlo- no tan fragmentada y dispersa como en la actualidad.

Lo más curioso es que esos sencillos y prestigiosos eventos siguen estando en el listado de los grandes circuitos culturales del país, quizá incrédulos de que hayan llegado a desaparecer siendo lo que fueron, por lo que rescatarlos tendría la mitad del camino andado a la hora de promocionarlos fuera de las fronteras locales.

Una cita internacional

Una Isla de Jazz era uno de esos ejemplo de cómo se crea una cita internacional partiendo de poco y creciendo año a año, con la presencia de los mejores músicos de este género, tanto nacionales como internacionales. La iniciativa de Ramón Natera murió de inanición y terminó trasladándose a Cádiz ante la falta de apoyo del Ayuntamiento de La Isla.

Un Ayuntamiento que lo mismo consideraba un “aprovechado” al organizador del espectáculo que se gastaba millones de pesetas de los de antes en traer a grandes figuras con la intención de promocionar La Isla fuera de La Isla.

La Cita con  el flamenco era otro tanto de lo mismo, en este caso en colaboración con la Tertulia Flamenca de la Isla y con otra persona amante de la cultura, de la música en general y del flamenco en particular, José Rosa. Por esa Cita pasaron los más grandes de la época, precisamente cuando el flamenco estaba viviendo el auge de los festivales de verano y las primeras figuras tenían cachés que hasta ahora -25 años más tarde- serían prohibitivos para las entidades e incluso para los ayuntamientos.

El verano era otro de los puntos fuertes de la actividad cultural ‘oficial’ de San Fernando, con eventos ininterrumpidos desde agosto hasta mediados de septiembre.  La colaboración y la sincronización entre la delegación y las entidades funcionaban a las mil maravillas y los resultados eran esas programaciones para todos los públicos, no sólo las gratuitas, también las de pago.

Las Noches del Castillo fueron de las pocas iniciativas que no murieron por desidia, sino por un motivo mejor, la recuperación del inmueble en lo que aún se está. Pasó al patio de la Escuela San José y a ello se sumó el ciclo de teatro que cada año ofrecía la Compañía Benavente. Y ese sí que fue otro de los cadáveres que quedaron en el camino, a pesar de que se demostró que la gente estaba dispuesta a pagar la entrada, en contra de la creencia popular.

Pero detrás de todo eso estaba Isabel, hasta 1992, cuando comenzó otra época que poco tiene que ver con la anterior.  “El único secreto era trabajo, trabajo y trabajo, sin importar el horario, si había que estar a las doce de la noche en la plaza de toros se estaba, sin cobrar horas extraordinarias”.

No sólo ella. González Barba, una vez terminado su trabajo en su destino de la Marina, se sumaba las horas que hicieran falta, porque lo que faltaba era tiempo y lo que sobraba era dedicación, amor a la Cultura.

Y cambiaron las cosas

Luego llegó la Fundación Municipal, otra  forma de trabajar y la gente a la que Isabel no quiere nombrar “para no darle prestigio”. González Barba tuvo que dejar su puesto y la política ocupó más protagonismo, dispuesta a hacer valer su poderío y su esencia rapaz de logros propios o ajenos que mostrar en cada examen cuatrianual.

Era otra forma de trabajar, ni mejor ni peor, distinta, con otros frutos y una época no exenta de grandes logros. A los representantes de San Fernando, desde mucho antes del desembarco andalucista, les preguntaban cómo podían organizar tantas cosas y con tanta calidad. E Isabel volvía a responder que con “trabajo, trabajo y trabajo”. 

Otros buenos tiempos

Tras esa época que Isabel González nombra pero no nomina, hubo otras buenas singladuras. La del historiador José Quintero en su etapa como concejal andalucista, una de las más fructíferas, o la de José Carlos Fernández Moreno, como gerente, pero sobre todo como director del teatro y del área de Cultura en general.

“José Carlos le imprimió su estilo porque no era sólo un gerente, era el director. Entonces nos hicimos también con la  gestión del teatro”, que ha contado con programaciones anuales a la altura de teatros de escogidas capitales de provincia hasta que la crisis ha hecho mella en los presupuestos y Francisco Romero -hijo del delegado coetáneo de José Carlos Fernández en Cultura- hace lo que puede para mantener dignamente la programación a la espera de mejores tiempos.

“Luego nos pusieron a un gerente que no aportó nada”, dice Isabel sin dar nombre, pero resumiendo que “ya he hablado de José Carlos y lo he hecho bien, así que sólo queda uno”. O sea, el que no aportó nada.

En todas esas épocas, en todo ese paso de gente por la Fundación de Cultura, la figura inamovible ha sido Isabel, no muy creyente en los ordenadores y con su libreta escrita con bolígrafo -¿o era con lápiz?- apuntando a mano las entradas de facturas y de documentos de todo tipo.

Ella, Isabel de Cultura, es la memoria viva de todo lo que ha ocurrido en San Fernando, pero sobre todo una protagonista secundaria en todo capaz de solucionar los problemas sin que nadie llegara a darse cuenta de que existió problema alguno. 

En una empresa privada de La Isla con 48 hombres y dos mujeres
 

isabel González César no siempre fue ‘Doña Patrimonio’ o ‘Isabel la de Cultura’. Ni tampoco pasó toda su vida laboral hasta su jubilación el año pasado en el Ayuntamiento, después de 30 años de servicio.

Sus comienzos fueron en la empresa privada, una empresa de San Fernando en la que sólo había dos mujeres y 48 hombres, por lo que “éramos minoría”.

“Yo nunca dejé que nadie me pasara por encima y cuando mando algo es porque yo soy capaz de hacerlo o lo hecho antes”, dice segura de sí misma, y muchos son los ejemplos que jalonan su trayectoria profesional, incluido vender entradas para los espectáculos del Islaverano en los que se ponía un precio simbólico para que no se murieran de éxito.

Ese aprendizaje y su carácter fuerte forjaron a la persona a la que San Fernando le debe más que una bien ganada jubilación, y a la que la Cultura con mayúsculas rindió homenaje en la casa en la que trabajó.

La Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes le rindió tributo de agradecimiento con un acto en el salón de actos de la calle Gravina,30, en el que quedó patente en boca de los conferenciantes el valor de esta mujer, no sólo para la Administración para la que trabajaba, sino para la Institución cultural en las que hizo las veces de administrativa voluntaria. Y es que el amor por la cultura ha sido la constante vital de Isabel González César.

Viendo la actividad cultural en la actualidad, Isabel no tiene por menos que mirar atrás, cuando las demás poblaciones “envidiaban” a La Isla, pero también hacia adelante para aconsejar a los actuales gestores que no se apague la poca llama que queda.

“Si sólo se pueden hacer dos cosas, se hacen dos, pero bien. No un mamarracho”, y así hasta que las condiciones económicas lo permitan. Y sobre todo que cambie la voluntad política ahora no muy proclive a actividades poco tangibles para mentes limitadas.

No sólo en la entrevista, también en la conversación posterior lo reafirma. “La cultura no da dinero pero da prestigio a una ciudad”, dice a modo de justificación para que los políticos comprendan que no se trata de tirar el dinero, que alrededor de la cultura hay todo un entramado económico que se notaba en San Fernando en los últimos años de la década de los 80 y en la década de los 90.

Y además avisa que no es caro, simplemente ir sumando, creando estructuras con las que la cultura vaya fluyendo por sí misma. “La cultura no es traer a la Pantoja, es crear una biblioteca si falta una biblioteca, organizar un certamen de literatura juvenil si los jóvenes no tienen nada... Eso es crear cultura, crear afición por leer, crear afición por la música clásica, que la mayoría que va no tiene ni idea...”

Y sobre todo, aunque lo reconoce en parte, cree que a La Isla se le ha puesto el sambenito de que no va a ningún sitio pagando. Isabel cree que se pueden hacer cosas sin artistas de relumbrón, pagando la gente pero pagando menos y siendo constante con lo que se empieza que como ‘Una Isla de jazz’ o  ‘Cita con el flamenco’ no se hicieron en un año. Ni en dos ni en tres. Fueron fruto de la constancia y de la certeza de que lo que hacían era bueno.
 

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