Las mascarillas son obligatorias en los lugares públicos cerrados y si no se puede mantener la distancia de seguridad de un metro y medio o dos, que con los vientos de Cádiz habría que ajustar y aumentar en función lo que marque la veleta.
La mayoría de la gente la usa, lo que es bueno, pero ya se ha comprobado que en esta pandemia basta una sola persona que no la lleve para ocasionar un desastre que hasta ahora se está controlando porque el miedo y la prudencia siguen estando presentes, pero cada vez son las más las personas que las llevan a la buena de Dios, lo que significan que en realidad no van protegidos y lo que es peor, no protegen a los demás.
Es verdad que el uso de las mascarillas ha generado controversias desde el principio y no sólo por improvisaciones o escasez. Existen pocos estudios sobre el uso de mascarillas en la población en general para protegerla de la contaminación y los pocos que existen no contemplan la aparición de virus de la capacidad del SARS-CoV-2, que es el que produce la Covid-19 (Coronavirus disease 2019). Se limitan por regla general a la contaminación en ciudades aunque sí se realizaron con motivo de la gripe o el brote de SARS de 2003.
Hoy en día se sabe que el motivo de que no se recomendasen desde el principio por la Organización Mundial de la Salod (OMS) y los Gobiernos europeos era por esta causa, aunque también por la escasez de este sencillo material y el miedo a que el personal sanitario se viera desabastecido, lo que ocurrió finalmente para vergüenza de los servicios sanitarios de los países del Primer Mundo y obliga a pensar en la necesidad de proteger incluso con pérdidas industrias estratégicas como las de la Sanidad Pública. Por ahora son muchas voces políticas las que muestran buena voluntad, pero lo más posible es que se olviden y la próxima vez ocurra algo parecido a lo ocurrido este año.
Pues bien, dicho todo lo cual y una vez demostrado que las mascarillas pueden evitar en gran parte un rebrote en función del porcentaje de población que lo use y que el Decreto del Consejo de Ministros hace obligatorio su uso -aunque debería pagarlo el Sistema al menos a las familias con más miembros o con problemas económicos-, llega el momento de llamar la atención sobre el uso correcto. La frecuencia en el cambio de mascarilla ya es obra historia precisamente por el precio. Una familia con cuatro miembros tiene que gastar un máximo de 0,96 céntimos multiplicado por cuatro cada día del mes, lo que se pone en algo más de cien euros.
Por lo que se ve por la calle -y se ve de todo- la mascarilla generalmente se lleva cubriendo la nariz y la boca, que es la forma correcta. (En un enlace dejamos las recomendaciones de la OMS sobre su uso correcto).
Pero también se ve a personas que las llevan tapándoles la boca y con la nariz fuera, lo que significa que sólo se están protegiendo de la Policía pero no de los virus.
Ni que decir tiene que los que la llevan en la cabeza, como las gafas de sol, tampoco se libran de coger el coronavirus e incluso de que tengan que correr detrás de ellas si las arrastra una racha de viento.
Y los que la llevan en la muñeca ya es la reoca. No sólo no los proteje de nada, sino que queda un poco hortera e incluso se conviertes en vertederos de virus. Al desplegarse con el viento se abren en toda su intensidad y aumentan la superficie disponible para toda clase de patógenos, por lo que cuando se la ponen en la boca se tragan todo lo que han recogido.
Hoy en día y cada vez más, llevar la mascarilla se puede convertir en un signo de distinción, por lo que tanto los vacilones como los dejados tienen un motivo para presumir de mascarillas de diseño. Eso sí, puesta correctamente.
Y en cuanto a las personas que tienen algún problema respiratorio, deberían ir bien provistos del correspondiente certificado médico y la Policía exigirlo como hacía durante el confinamiento, porque el decir "es que yo estoy mal de los bronquios" y quedarse tan panchos, no siempre se ajusta a la realidad.
Las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud se encuentra clicando AQUÍ y van siendo actualizadas periódicamente en función de los estudios que arrojan cada vez más datos sobre el nuevo virus.
Por cierto, el lavado de manos con agua y jabón ya se usaba antes de la aparición de la Covid-19, aunque no tan generalizado.