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Sevilla

Un modelo vivo entre las 5.000 obras de arte del Bellas Artes de Sevilla

El arquitecto sevillano Antonio Cano es la única persona que ha posado para una obra del Museo de Bellas Artes que sigue viva

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Antonio Cano fue el modelo para 'San Juanito dormido’.

El arquitecto Antonio Cano junto a la obra.

El arquitecto Antonio Cano junto a la obra.

A punto de cumplir 80 años, el arquitecto sevillano Antonio Cano tiene un curioso hito personal: es la única persona que ha posado para una obra del Museo de Bellas Artes que sigue viva. Su madre, la escultora Carmen Jiménez, le inmortalizó hace 77 años para crear 'San Juanito dormido’, y hoy día pocas personas saben que de las más de 5.000 obras del museo sevillano solo una puede ser visitada por el modelo que la protagoniza.

Su madre, que nació en La Zubia (Granada) en 1920 y falleció en Sevilla en 2016, creó la escultura cuando él solo tenía dos años y estaba durmiendo la siesta para darle su propio estilo a un San Juan Bautista de niño dormido, una obra que consiguió la medalla de segunda clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1948.

Ante la escultura, que en el museo se ha colocado en uno de sus pasillos delante de un espejo -con lo que se puede ver su parte trasera sin problemas- Antonio Cano habla con cierto rubor de sí mismo, pero orgulloso de su madre, “que fue catedrática prácticamente desde 1947 hasta que se jubiló, y se dedicó a la docencia casi hasta los 80 años”. Siempre dedicada a enseñar a los nuevos valores de la escultura lo que ella aprendió de joven.


“Prácticamente toda la gente que ha salido de la Facultad Bellas Artes, todos los que han conseguido la licenciatura en Escultura, han estado trabajando con ella”, dice Antonio, que se muestra “orgulloso de que esté esta imagen en un museo como este, que es una pinacoteca fantástica, con un prestigio importante a nivel nacional”.

Otra estatua junto su hermano

Desvela que el museo tiene otra pieza en la que se le puede ver a él, pero no está expuesta, tras ser inmortalizado jugando con su hermano, fallecido hace casi dos años, y precisamente fue rescatada para la portada del libro que resume la vida de una de las escultoras más importantes que ha dado el siglo XX en España.

Por todo ello, agradece “y mucho” el cariño “que siempre ha mostrado este museo” por la obra de su madre, personificando el agradecimiento en la directora del museo, Valme Muñoz, que detalla a EFE que en esta escultura “la iconografía religiosa está apenas sugerida por la pelliza en la que descansa el niño”, y entiende que el hecho de que sea su propio hijo el modelo, hace que transmita “esa ternura, ese carácter íntimo del retratado”.

Técnicamente, según explica, se trata de una arcilla vaciada y cocida a altas temperaturas “que tiene una textura muy especial”, y subraya “el fondo, el contraste que provoca el lecho, el liso con el modelado suave de la figura del niño, que está realizada a tamaño natural”.

La ficha oficial de la obra detalla: “La figura de su hijo, en un magnífico retrato, está representada con gran realismo y a tamaño natural, detallando con minuciosidad el cabello y la textura de la pelliza, y dándole al barro intencionada y magistralmente la morbidez y blandura propias de un desnudo infantil”, lo que, llevado al terreno del ojo no experto simplemente se resume en que, cuando se acerca alguien a esta obra de arte, casi se habla en voz baja para no despertar al pequeño.

Un modelo fruto de la necesidad

Antonio Cano recuerda que su madre no era, precisamente, alguien a quien le sobrase el dinero cuando comenzó a trabajar, de modo que, a falta de poder contratar a alguien, “tuvo que usar como modelo a lo que tenía más cerca”, que en este caso era su propio hijo mientras dormía.

Se desconoce cuánto tiempo duró la siesta de aquel pequeño Antonio, pero Carmen Jiménez tuvo el tiempo suficiente para modelar una obra de arte que ha quedado para la historia, y supone uno de los iconos de una artista que atesoró decenas de premios a lo largo de su vida, el último de ellos en 2010,  cuando recibió la Medalla de Honor de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada.

Su hijo, por cierto, heredó el gusto por el arte pero en otra faceta, ya que estudió arquitectura, y prácticamente toda su vida profesional la desarrolló en el Ayuntamiento sevillano de Tomares.

Pero muchas personas han conocido una de sus obras sin saber que nació de sus manos ya que, junto a Pedro Silva y Manuel González, realizó el diseño de una de las avenidas más importantes de las cincos que estaban integradas en la Expo’92, la número 3, donde situaron la enorme bola climática que hoy día está en pie en mitad de la Isla de la Cartuja.

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