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Sevilla

Recuerdo de Manuel Simó, el señor del beticismo

Una lección moral que certifica lo que todos sus amigos siempre creímos de él: Manuel Simó fue el señor del beticismo

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  • Portada del semanario ¡Oiga! -

Nos cuenta Manuel Hurtado Simón, nieto de Manuel Simó, cómo se gestó el libro, breve pero enjundioso; libro de mesilla de noche para cualquier bético que desee conocer las entretelas de la historia blanquiverde. Y lo hace con sencillez, siguiendo la directriz del abuelo, que desde el Cielo estará satisfecho de que se recuperen sus testimonios, esplendidas teselas de la historia más verdadera de nuestro club. Desde luego las que nadie escribió antes con tanto conocimiento y verdad.

Siguen luego las palabras plenas de emoción de su hija, Isabel Simó Rodríguez, que en un extenso ensayo nos dice lo que supuso para la familia vivir junto a un bético singular, y el resultado es una preciosa biografía plena de humanismo, de sencillez, de estímulos vitales para los hijos, de reconocimiento para la esposa y madre, o sea, una lección moral que certifica lo que todos sus amigos siempre creímos de él: Manuel Simó fue el señor del beticismo.

Precisamente es la presentación de Manuel Rodríguez la que nos vincula con la persona de una manera más profunda y menos conocida, quizás por ser el autor casi un desconocido en su tiempo para Manuel Rodríguez y por eso lo analiza desde los testimonios más diversos. Y su ensayo se titula certeramente “El Hombre Bueno, el Señor de Siempre”. No se podía definir mejor lo que fue, lo que representó, lo que exponía con su comportamiento diario Manolo Simó. Es decir, lo que resumía el trato directo con su persona durante un período de tiempo tan dilatado y sin mácula. Nosotros, por ejemplo, escuchamos las palabras más justa y oportunas sobre Manuel Simó de dos personas como Ramón Sánchez-Pizjuán y Muñoz y Arturo Otero, dos sevillistas ejemplares. No había la menor duda del señorío que brindaba a unos y otros. Es más, en mis tiempos de cronista deportivo, entre 1959 y 1965 en “ABC”, siempre escuché decir a los directivos y futbolistas de toda España, que Manuel Simó y Arturo Otero eran los mejores secretarios técnicos de España.


Cuando en Sevilla era bético hasta el aire, según Francisco Montero Galvache, en aquella primavera de 1954 cuando el Real Betis Balompié ascendió a Segunda División después de un Calvario increíble en Tercera División, desde 1947 hasta el citado 1954, el director del semanario “¡Oiga!”, Manuel Benítez Salvatierra, más conocido por “César del Arco”, nos ordenó escribir la historia del club para una edición especial del semanario. Y naturalmente nos fuimos a ver a Manuel Simó. Y este nos dio la mala nueva: toda la historia del club se había perdido con la riada del campo de Heliópolis de 1948. No había ni documentos ni fotografías…

Pero Manuel Simó no sólo me facilitó todo lo que guardaba en la memoria día a día, sino que activó a otros grandísimos béticos como Pascual Aparicio, José María Pérez de la Concha, Gil Gómez Bajuelo… para que me informaran de sus conocimientos. Y así, hablando con medio centenar de béticos fue como pude componer aquellos trazos históricos. ¿Y las imágenes? Además de las de mi archivo heredadas de mi tío José Gavira Reyes, bético de las primeras décadas, las fotos que pude captar en tabernas, bares y cafeterías de la capital y la provincia, una a una…

Cuando asistíamos a la presentación del libro en el Ateneo, por nuestra mente pasaron como rayos de luz aquellos días de la primavera de 1954, cuando pudimos conocer y valorar el beticismo señor de Manuel Simó, y que sembraron en nosotros, pese a la diferencia de edad, una amistad que fue creciendo hasta hacerse entrañable e inolvidable. Y aleccionadora como punto de referencia ética y moral para nosotros.

Sobre Manuel Simó me expresaron su pensamiento positivo béticos como Joaquín Romero Murube (31 de enero de 1955); Enrique Sánchez Pedrote (17 de enero de 1955); Celestino Fernández Ortiz (10 de enero de 1955); Santiago Montoto  (13 de diciembre de 1954); y Francisco Montero Galvache (26 de noviembre de 1954). Todos en el semanario “¡Oiga!”.

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