Era del todo innecesario que la ministra Nadia Calviño exhibiera impúdicamente su intimidad en la tribuna del Congreso de los Diputados. Resulta incómodo conocer detalles de la vida privada de los políticos en general, aunque se empeñen en mostrarnos por foto y vídeo que adoptan perros y se castigan en McDonalds, que salen a correr cada mañana, acuden, pala en mano, a echar una mano a los vecinos que han visto inundadas sus casas o reparten comida a familias vulnerables con la ONG de turno en plena crisis sanitaria por el Covid,cocinan para la familia los domingos o leen. La versión sofisticada del “besar bebés que no conocen” que se ha llevado a cabo toda la vida por exigencia de las redes sociales y el convencimiento de que el electorado tiene que sentirse identificado incomoda. Pero lo de Calviño, además, molesta. La ministra trató de ponderar las bondades de las medidas del Ejecutivo de Pedro Sánchez contra la subida desorbitada y desbocada de los precios en los supermercados acudiendo a su experiencia personal. Que dice Calviño que sí, que ella ahorra cuando va a la frutería. En su discurso, uno sabe que hay una mentira e intuye que lo otro es una falsedad. Que guarde cola en una frutería es bastante improbable por una cuestión de tiempo. ¿A qué hora hace la compra una ministra? ¿Quién demonios se ha cruzado con un político en la cola de una tienda de barrio? Respeto a que gasta menos... no se sostiene porque el IPC de los alimentos crece un 17%. Las medidas de ahorro del Gobierno es ibuprofeno para una ciudadanía en estado comatoso por el coste de la vida. Es sencillamente insultante. Y lo es no solo por lo inverosímil de su relato, sino porque uno tiene la absoluta certeza de que Calviño no tiene necesidad alguna de mirar el precio de lo que compra como hace la “mayoría social”, como le gusta a la izquierda llamar al conjunto de los mortales que sufrimos lo indecible para llegar a fin de mes, sin éxito, por cierto.
No resulta fácil lograr la identificación con el electorado cuando se pisa moqueta. Aunque se empeñen en intentarlo. Pilar Llop trató de convencer a la opinión pública que la gente en el metro se mostraba preocupada por la paralización de los órganos de Gobierno del Poder Judicial. Y, mucho antes, Pablo Iglesias aseguraba que se compraba las camisas en Alcampo, que debe ser el “truqui” que ignorábamos los fracasados que malvivimos en 50 metros cuadrados para adquirir, como él, un casoplón donde pueden correr libremente caballos.
El recurso de Calviño (como la pornografía, impostado y frustrante) a reivindicarse como ejemplo de que las cosas no marchan mal es de una debilidad argumental seria. El presidente se lo tendría que mirar. Los socialistas insisten en que no ha llegado el apocalipsis porque, oficialmente, la economía española, no está en recesión, cuando el problema es que cientos de miles de ciudadanos están al borde del abismo.
Luego está lo de los pezones de Belarra que no sé si ha logrado identificación con el electorado pero al menos, y se agradece, ha identificado la presencia de homínidos poco desarrollados que se espantan, pacatos, de que cada uno vista como quiera, cueste lo que cueste un sujetador.