Mi nombre

Publicado: 04/05/2023
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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No gusto a nadie porque nadie quiere la verdad ciega y alocada, la verdad que se vierte en un vaso de cristal transparente que todo lo deja ver


Nací negra y tullida, muerta de sed. Corrí en cuanto pude por desiertos de arena con comerciantes de almas, fétidos e ignorantes, que me robaron hasta la piel. Crucé el Estrecho y me ahogué saciada de agua salobre. Reviví mil veces y morí tantas otras, apuñalada, decapitada, lapidada o quemada, pero nunca pudieron acallar mi voz. Me corté las manos con las concertinas, me quedé clavada como un espantapájaros en ellas, arriba subida inerte, como una bandera blanca esperando que algo bueno sucediera, pero nada pasó más que el tiempo sobre las llagas, la ausencia y la infelicidad. No gusto a nadie porque nadie quiere la verdad ciega y alocada, la verdad que se vierte en un vaso de cristal transparente que todo lo deja ver, y solo los idos y los niños, me aprecian en lo que valgo. Estoy en todas partes, y más que en ningún otro sitio, donde se hace de la risa un canto a la libertad y de la insolencia, valentía.

Estoy muerta y vejada, tirotead y rota en la calle, escarnecida por no saber parar, porque nunca he parado, como los ríos y las corrientes marinas. No tengo religión y sí sueños, porque todos los seres humanos son iguales para mí, aunque prefiero al caído, al desbandado, al roto y al compungido. Las ideas siempre han sido peregrinas porque saltan como las pulgas en pos del mejor postor, del más idealista, del más intrépido, del que más venera la loca realidad, porque lo real trasmuta como las páginas de un libro, como la secuencia de una narración, dependiendo dónde crean que está o quién la trasfiera a su parcela de la historia. Pero los que empuñan la muerte, siempre matarán y los que nacen a la vida siempre morirán, a manos de los que se visten de luto para anticipar su voz. Pero no muere la voz, no muere la idea, sino que se contagia y ruge fiera, porque se niega a morir en las bocas de miles a los que no se puede callar porque hacen demasiado ruido.

Nací negra y asiática, árabe y judía, vagabunda y mártir, profana y ascética, muerta mil veces a la vida, reencarnada budista, madre y esposa, anciana moribunda, desahuciada y pletórica, desangrándome en una acera implorando vida a mis asesinos. La voz no calla, la verdad no se esconde, sino que camina erguida porque la portan, la velan y se ríen con encías desdentadas, exabrupto que es una risa de la mar molida del Estrecho en el estómago, con ansias de vida que hace cabalgar el revivir después de haber inspirado solo unas décimas de oxígeno. Se salvan y viven en las cuartillas, en las fotos, en las caricaturas y en la risa. Viven mientras recordemos, mientras seamos tullida, violada y esclava sexual en un campamento perdido sin esperanza, muerta en vida y sin embargo, tan eterna.

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