Hay días que se despiertan noche y son noche. No transcurren de noche, pero como si lo fuera porque los ojos pesan, la postura es fetal y todo-absolutamente todo- se trastoca en noche. No se sabe qué hacer en esos días nocturnos de gente sin sentido, de sinsentidos absolutos, de conversaciones que no me importan y comida que pesa. El estómago se resiente sin que haya tonelada de Almax que consuele, ni ibuprofeno que asista, ni dios que salve. Son días terminales convertidos en mierda insana, en batiburrillo de pensamientos recurrentes, en melodías nunca sonadas. Por eso desbocan en alma desvelada, pies fríos, boda seca y el cuerpo- todo él- en tinieblas. No hay destellos infinitesimales que te hablen, ni voces amigas, ni otra cosa que estallidos a modo de punzada que te taladran la mente y te escuecen los ojos. Todo es noche. Creo que en noche me convertiré como apagada vela que oscurece en un cajón que en temporada albergó nueces y castañas, pero que ahora en el desván de los inútiles se desvela entre telarañas y carcoma. Son ahogo y fatiga, sequedad y miedo, incertidumbre y pavor, las entretelas que se entrecruzan para apagar toda esperanza.
Son ese desván que alberga muerte encapsulada, recuerdos desvaídos y mucho resentimiento, justo la ecuación que contienen los muertos contra todo lo vivo. Eso es la noche en el día… el olvido, la desesperanza, el rencor y la envidia. Eso es noche… cuerpo muerto e inseguro, cuerpo joven pero lastrado, cuerpo envejecido y mudo, cuerpo igual a cuerpo, pero sin cuerpo. Ya nada parece real en esa noche diurna que se hace eterna, en esa fatalidad galopante, en ese rencor tan profundo que se mete por debajo de las uñas como la roña y te devora por entero. Es dolor y pena, es pena y resentimiento, es causa perdida de entre las muchas causas que se perdieron para nunca y que se encuentran todas hilvanadas en el jamás. Y de pronto suena algo como un chasquido que no identificas pero que te sorprende , una gota de lluvia en un día hecho noche en el que pensaste que no llovería, un ladrido lejano de un perro que no es tuyo o una melodía de teléfono tan vulgar que una mueca aparece en tu cara asemejando careta funeraria del minoico sin oro , ni purpura que ostentar. Pero ha servido para algo porque notas que las piernas gotean un ápice escurrido de ganas y los pies tintinean con pericia aprendida de muchas otras veces en que la noche se hizo en el día. Es eso, la experiencia vital, lo que te salva, el saber que puedes levantarte, quizás no que debes, sino que absolutamente puedes porque tienes cuerpo de cuerpo y no eres ni tan joven, ni tan vieja, ni tan lastrada como para no poder y además- ya te sonríes abiertamente- tienes la mejor edad que siempre ha sido para ti la que tienes en ese momento exacto. Sigue siendo de noche en el día, porque no se vence tan fácilmente a la negatividad, pero ya estás levantada y eso en el ranquin de los puntos de alguna lista debe contar como victoria.
Para ti lo es porque te meces a ti misma en señal de afecto. “Es muy importante quererse”, te dijo una vez alguien que debía ser sabio y sin mala leche. La noche se abalanza sobre ti intentando frenar ese positivismo, pero ya es tarde porque has descorrido una cortina y la luz entra a raudales. No es de día, sino noche en el día , porque el calor abraza y ya sientes los ojos aguados y el corazón latiendo de nuevo. No has vencido y lo sabes, ese es el truco… el saber lo y entender que no es lo mismo por mucho que algunos lo crean. No es lo mismo la noche noche en el día, que el día casi día después de haberse intentado quedar la noche para siempre. Hay escalas y versiones, hay estados. El tuyo mirando por la ventana las voces y la gente y los perros y el horizonte ya no es el mismo que antes, porque has mutado como las veletas que coronan los tejados con el aliento que inhala la fleca que indica de dónde vienes y hacia dónde vas. Adiós noche, noche. Bienvenido día.