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Vejer

Vejer de la Gran Velada, donde los vientos roncan y los santos crían barba...

Este epitafio, emanado de las cartas de un soldado a su madre a inicios del siglo XX al referirse a Vejer, refleja la importancia de la llegada de la Patrona

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Velada en Honor a Nuestra Señora de La Oliva

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Velada en Honor a Nuestra Señora de La Oliva

Velada en Honor a Nuestra Señora de La Oliva

Velada en Honor a Nuestra Señora de La Oliva

Velada en Honor a Nuestra Señora de La Oliva

Velada en Honor a Nuestra Señora de La Oliva

En este epitafio, emanado de las cartas de un soldado a su madre a inicios del siglo XX al referirse a su pueblo, podemos ver lo importante que es para los vejeriegos y vejeriegas el mes de agosto, pues cada año, el día de San Lorenzo, el pueblo de Vejer experimenta un cambio, se llena de ilusión ante la llegada de su amada Patrona, la Santísima Virgen de la Oliva Coronada. Tenemos constancia de que, al menos desde inicios del siglo XIX, la imagen de la Madre de los vejeriegos y vejeriegas es trasladada desde su hermoso santuario, a 5 kilómetros, hasta la iglesia mayor del pueblo, la parroquia del Divino Salvador, donde recibirá culto durante 14 días. Con anterioridad, la sagrada imagen de la Virgen de la Oliva sólo subía a la localidad en ocasiones de sequía, hambrunas, epidemias… para rogar el cese de las calamidades y cada mes de agosto, en la festividad de la Asunción de María, concretamente el día 15, eran los vecinos y vecinas los que se trasladaban hasta su santuario para alabar a la Virgen.

Debido a la quema del archivo parroquial en los desagradables sucesos de 1936, al inicio de la Guerra Civil, no sabemos con exactitud por qué nuestros antepasados eligieron tal efeméride para llevar a cabo la traída de la Virgen a Vejer. En los años 90 del pasado siglo, Rafael Vite puso en relación esta festividad con el nombre del sacerdote Lorenzo Patiño, quien, siendo Hermano Mayor de la Cofradía de Nuestra Señora de la Oliva a finales del siglo XVI, costeó la sagrada imagen que aún veneramos.

El día 10 de agosto, se distingue por ser un día de reencuentro y convivencia, sobre todo de aquellas personas que se encargan de realizar las labores relacionadas con el traslado. Tras la misa que se celebra en el santuario, los cargadores y otros hermanos, mantienen la tradicional convivencia que se realiza en el “Jardín del Cargador”, en torno a la exquisita “caldereta” que prepara Ignacio Castro, quien tomó el testigo de Ambrosio “Ochavo”, Nicolás “Cascales”, Luis Guerrero… El tomar estas viandas antes de salir al camino, hunde sus raíces en el siglo XIX, cuando se ve la necesidad de alimentar a los cargadores con pitanzas sustanciosas para que tomasen fuerza para tan ardua labor, la de subir a hombros a la Virgen hasta Vejer.Hoy también puede denominarse como “Día de los Cargadores”, ya que es cuando más ilusión e ímpetu ponen los mismos para portar a su patrona un año más hasta el pueblo que ansioso espera su llegada. Podemos recordar al “Chico”, Rafael Serván, Manolo y Antonio “Nieves” con sus primos Manolín y Pepe, Pacheco, Jesús Loaiza, los hermanos Tamayo, Conesa, Manolo Dávila, Diego Quintero, los hermanos “Cascales”, Antonio “el del Valle”, los González de la Muela, Lucas, Pedro “el de la cafetería”, Manolito Tello, “Zanaco”, Juan Cantillo, Manolo Vallejo, “el Burra”, los hermanos “Zurrapa”, Benito García, Castro, Pepe García, los “Pichanegra”, los hermanos Tello, “Mediapanilla”, “Mangote”, el “Papi”, Alonso Romero o “Pañolito”, entre muchísimos otros hijos de Vejer que han querido llevarla en sus hombros, a las órdenes de capataces como Luis Guerrero, Antonio Morillo García, Pedro “Siguerilla”, Gonzalo “el de la tienda”, Juan Sánchez Calle o Antonio Núñez “el del Bazar”.

Como siempre, en sus andas de cuatro varales y palio, como vemos en los grabados de mediados del siglo XIX, sigue viniendo la Virgen a mostrar a su pueblo a Jesús entre sus brazos. Y una vez recibida la portentosa imagen de la Alcaldesa Honoraria Perpetua en San Miguel, en el lugar de costumbre, por las autoridades civiles y eclesiásticas, ante la atónita mirada del pueblo, comienzan los días grandes de Vejer, por ello se celebran con gozo en todas y cada una de las facetas sociales. Se limpian casas y fachadas, se rezan novenas, se baila, los amigos se reúnen, actuaciones musicales, se gasta en la calle y estrenamos ropa, algo en lo que vamos a detenernos. Pues bien, el mes de agosto, también supone el final de un ciclo que forma parte intrínseca de la idiosincrasia del pueblo de Vejer: el agrícola.Seguramente os preguntéis que relación guarda agosto y su velada con la agricultura. A pesar de su extrañeza, mucha. Tradicionalmente todo el ciclo productivo de siembra y cosecha de cereales y su posterior tratamiento en la era solía acabar a principios del mes de agosto, con la siega, trilla y cribado. También, el día de finalización de contratos de arrendamientos de tierras coincidía con “Santa María de agosto” como expresan muchos documentos notariales que se conservan. A partir de entonces brotaba en Vejer una ceremonia con una elevada carga simbólica cuya génesis ha sido transmitida de generación en generación hasta nuestros días, a pesar de sufrir pequeñas variaciones en el devenir de su celebración.

Así, la velada de agosto ha guardado una estrecha relación con el ciclo productivo de las cosechas, no sólo porque se celebraba cuando ésta finalizaba, sino porque constituía una forma de mostrar públicamente a la vecindad el resultado de la misma, sobre todo a aquellos que venían cada año desde el campo, debido a la existencia de una tradición consuetudinaria que “obligaba” a estrenar terno el día 15 de agosto. En este sentido, el terno actuaba como espejo de los resultados obtenidos por los agricultores en la cosecha, ya que si se estrenaba con todo lujo de detalles era señal de que la misma había sido buena y que los agricultores podían permitírselo, pero si por el contrario, la misma no había cubierto la cuota esperada, usar un traje deslucido o sencillamente repetido era la forma de mostrarlo en sociedad. Esta tradición tan arraigada y cuya génesis posiblemente desconozca la inmensa mayoría de la población vejeriega, ha ido evolucionando paulatinamente hasta nuestros días, siendo aún tónica habitual estrenar indumentaria dicho día, independientemente del sector laboral o clase social al que pertenezca el portador.

Como se iba diciendo, el consistorio, la parroquia y la hermandad organizan numerosos actos durante la velada patronal, para el deleite de los vecinos y visitantes. El marco donde se celebra la fiesta es el casco antiguo, un compás que va desde la Plazuela a la Plaza de España, nuestra “Plaza de los Pescaítos”, teniendo como eje vertebrador la Corredera y como centro neurálgico la parroquia del Divino Salvador, donde se cobija a la Virgen de la Oliva. Concursos, bailes de sociedad, fuegos artificiales, orquestas, paseos, atracciones… se ofertaban por parte del ayuntamiento de Vejer para el disfrute de estos días, al igual que se sigue haciendo de manera evolucionada y adaptada a nuestros tiempos. Por otro lado, el pueblo de Vejer sigue rindiendo el culto religioso tradicional a su Excelsa Patrona, engalanando el altar que le sirve de escabel, rezando su novena, expresando su devoción con plegarias y velas, bajo repiques de campana y “paseando” sobre la plata y el aroma de nardos a la Virgen en esa gran jornada festiva del 15 de agosto, día más importante del año para los vejeriegos y vejeriegas. Las cobijadas, los hábitos verde oliva, la banda de música, los maceros, las mantillas, arropan el cortejo por las bellas calles de nuestro Vejer.

Las fiestas van avanzando y con la llegada del día de San Bartolomé, 24 de agosto, en masa el pueblo acompaña a la Virgen de la Oliva hasta su santuario, donde reposará todo un año, a la espera de un nuevo 10 de agosto. Hoy el turismo ha hecho que el verano continúe, pero hasta hace unos años, era frecuente sentir que, con la ida de la Virgen, llegara el invierno a nuestros hogares.

 

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