Siempre me he mantenido al margen de la política pero por desidia, más que otra cosa, aunque eso no implica que no sea parte de este juego de poder que nos gobierna a todos. A lo largo de mi vida he sido tentado para implicarme de forma directa en el devenir de mi ciudad participando en algún que otro partido, pero he optado siempre por trabajar en las trincheras, en aquello que creo más necesario, sin tanta corbata y parafernalia, observando cómo garrulos con las axilas manchadas de harina se colocan al frente de una ciudad que requiere capacidades y cualidades y amor por esta tierra, más que por ser conocidos y ‘mercados’ para lograr subir el volumen de las urnas.
Aún así, no suelo callar ante las difíciles circunstancias que cada año voy observando, pero desde lejos, por no tener claro que la actual estructura política sea garante de un servicio veraz y eficaz que verdaderamente influya equitativamente en todos los ciudadanos. Cada día que pasa, que conoces más a los que gobiernan, gobernaron y gobernarán, más te das cuenta de los verdaderos objetivos que hay detrás, siendo siempre ese poder el estandarte prioritario y los ciudadanos, meros borregos a los que convencer para seguir ‘empotronados’ y asegurarse un largo tiempo cotizando, muy bien, a la Seguridad Social.
Como a mí, estoy convencido de que muchos de los que me leéis os habrá pasado lo mismo, más de una vez hemos mirado para otro lado por miedos, dudas e, incluso, por el qué dirán. Pero es de eso de lo que se nutre el poder, levantando barreras para que solo los suyos, aquellos que interesan, aquellos que son capaces de prostituir su dignidad y la de cualquiera, puedan acceder al Olimpo político. Sé que no son todos, pero son pocos los que se escapan de esta caterva de ilustrados, que el único color que entienden es el del poder y el dinero.
