Sanidad pública

Publicado: 17/06/2025
Autor

Federico Pérez

Federico Pérez vuelca su vida en luchar contra la drogadicción en la asociación Arrabales, editar libros a través de Pábilo y mil cosas

Matrícula de deshonor

Un cajón de sastre en el que hay cabida para todo, reflexiones sobre la sociedad, sobre los problemas de Huelva, sobre el carnaval...

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Lo que debería ser un refugio eficiente y eficaz, un oasis tranquilizador y lleno de esperanza, se ha transformado en una prueba de resistencia
En este país nuestro, donde la sanidad pública fue durante años motivo de orgullo, los pasillos de urgencias se han convertido en salas de espera eternas, en espacios donde el tiempo se detiene, donde la angustia se sienta al lado del enfermo y se mantiene altiva y dominante. Entrar en urgencias no es solo soportar el malestar o dolor físico con el que solemos acudir, sabemos con antelación que se requiere de un valor añadido, que no todos llegan a superar. Lo que debería ser un refugio eficiente y eficaz, un oasis tranquilizador y lleno de esperanza, se ha transformado en una prueba de resistencia, en horas interminables que no llegamos a entender. 

Cierto es que, en general, los profesionales sanitarios hacen malabares con lo imposible. La vocación es fuerte, pero no es infinita. Y sin recursos, sin personal suficiente, sin planificación, esa vocación se desgasta, se quiebra. El heroísmo no puede ser la estrategia de un sistema que marca una clara diferencia entre la vida o la muerte, del que dependen millones de personas. Este lunes he vivido este caos durante largas horas, donde he podido sufrir la indiferencia de esa saturación; gente tumbada en las camillas, en los asientos, llantos de niños y hombres y mujeres que frustrados y desesperados esperaban el auxilio, desinformados y perdidos en un laberinto burocrático y al son de listas eternas, de idas y vueltas a “sepulcros blanqueados” mendigando cualquier atención en uno de esos momentos más vulnerables que vivimos.

Sé que no es algo nuevo y no me cansaré de valorar la gran labor de dichos profesionales, pero no nos olvidemos de los pacientes: debemos recuperar nuestra dignidad en esos malos momentos y dejar de hablar de saturación y colapso, naturalizando el dolor y la desesperación como algo normal, y hablar de la realidad, de esas consecuencias que crean la desinversión estructural y la gestión desbordada que vivimos.

La sanidad pública no puede seguir sosteniéndose a base de parches, de sacrificios y de aplausos de balcón que ya no tapan las grietas. Porque cuando uno cruza la puerta de urgencias lo hace con una esperanza, y la mía quedó en un asiento de esa sala de Urgencias, intentando animar a dos señoras mayores que no dejaban de llorar tras tres horas de espera.

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