Leer en verano es un clásico, sí, como las sombrillas, el salmorejo o las canciones que suenan una y otra vez hasta que acabas cantándolas sin querer. Pero a diferencia de todo eso, leer en verano no es un tópico hueco: es una magnífica idea. Porque cuando el mundo se ralentiza, cuando las agendas se vacían un poco y la luz del día se alarga como un chicle, la lectura se vuelve más apetecible, más amable, más nuestra.
No hace falta una hamaca en la Toscana ni un retiro en la montaña: basta con un rincón fresco, un poco de silencio (o unos tapones) y un libro que te atrape. Verano es una tregua, una especie de paréntesis raro en el que uno puede permitirse cosas que durante el año parecen un lujo. Así que si llevas tiempo diciendo “a ver si leo más”, este es tu momento.
Y para que no se quede solo en intención, aquí van algunos consejos: lo primero, lleva siempre un libro contigo. A todas partes. A la playa, al médico, al chiringuito, incluso al baño. No se trata de tener tiempo para leer, sino de cazar esos ratitos sueltos que van cayendo como migas. Un capítulo aquí, tres páginas allá… y cuando te quieres dar cuenta, te has merendado medio libro.
Elige bien lo que lees. No empieces ese tocho denso que te mira con superioridad desde la estantería desde hace años. No es el momento. Busca algo que te apetezca de verdad. Y si no te convence, déjalo sin culpa. Que no estamos en el instituto.
Haz una lista pequeña. Tres libros, no más. Tres títulos que de verdad te ilusionen. Ni uno más. Es mejor quedarse con ganas de seguir que sentirse abrumada por la lista infinita de lecturas pendientes. Además, terminar uno y pasar al siguiente da gusto, como ir tachando tareas en una lista, pero sin estrés.
Y por último: cambia el chip. Leer también es descansar. No hace falta sacar nada en limpio. No tienes que aprender, ni crecer, ni iluminarte. Leer por placer es una forma de estar en el mundo sin tener que hacer nada más. Así, tal cual. Como echarse la siesta con las persianas medio bajadas o mirar cómo cae la tarde sin remordimientos. Así que sí, leer en verano es un clásico. Pero de los buenos. De los que no caducan. Y de los que, cuando acaban, te dejan la sensación de que has vivido algo más.