Se fue tan despacio como la tarde, dejando en el cielo el rosa deshilachado de una madeja de algodón de azúcar, con el levante acariciando desde la marisma, trayendo y llevándose ese olor tan cálido y seco con que se perfuma el verano mientras anochece, enredándose a ratos en la calma de este octubre otoñal, que tanto le gusta calentar la lluvia. Mientras se decide a resbalar por los cristales, el imaginario sigue escribiendo historias. Tal vez por eso y por Santa Teresa, este mes dedica su día a cuantas mujeres gustan de esta bendita adicción, con dispensa o sin ella. Con la explicación en la pantalla, no se puede evitar el recuerdo a las primeras, a cuantas se ocultaron tras un seudónimo o vieron su trabajo firmado por el marido. La pregunta es cómo se las ingeniaba el farsante ante las preguntas que solo podía responder quien vivió con el texto a cuestas antes, durante y después de ponerle el punto final. Eran otros tiempos, aunque la maldad sea la misma por más nombres que le pongan. Pero ese es otro tema.
El día de nuestra santa también se falla el premio literario más famoso escrito en español. Este año el ganador ha logrado sorprender al ser desvelada la identidad de una autora de novela negra. Son dieciséis las mujeres que desde mil novecientos cincuenta y dos han logrado este galardón, siendo Ana María Matute la primera en hacerse con él hace ya sesenta y siete años. Con ella la grieta se abrió un poco más después del empujón de Las Sinsombrero.
Este año lo ha ganado Carmen Mola, la mujer que vive con tres almas de hombres. Al margen de los comentarios sobre este premio, fue como alzar un telón. La mayoría de sus seguidores, rieron al sentir la caricia dulce de la sorpresa. A otros, quizás, les frustró un poco su identidad, y a los románticos nos dio por pensar en el homenaje a tantas voces silenciadas a lo largo de la historia, a tantas páginas perdidas o celosamente guardadas para evitar cualquier jirón de luz, páginas donde las autoras fueron –y son- totalmente libres, donde se mostraron como eran, donde están como son.
Por nuestro presente aún revolotea el miedo disfrazado de pudor, ese silencio de sueños o ausencias aprovechado para contar lo que el imaginario crea y representa en la mente al ficcionar una realidad propia.
Conocer a Carmen Mola en su día quizás formaba parte del atrezzo, sin embargo nos dejó el regusto del azúcar derretido aun después de deshilacharse por la tarde de este octubre otoñal. La certeza de ir subiendo escalones, aunque el rellano quede lejos.